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Brigadista en Palestina

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Alberto Arce, uno de mis periodistas favoritos, publicó en 2004 varios artículos en el desaparecido periódico online «La Insignia» sobre sus experiencias en Palestina. Los enlacé en su momento en el Blog, pero como ya no están disponibles allí y en mi opinión siguen teniendo un gran interés, casi ya histórico, los vuelvo a publicar aquí.

[NOTA]: Un consejo, si queréis leerlo en papel, usad el enlace «PrintFriendly» que hay en el pie del artículo.
Brigadista en Palestina: Ya no hay locos
Alberto Arce Palestina, 28 de Julio de 2004.
Publicado originalmente en La Insignia.

«Si no es ahora, ahora que la Justicia
tiene menos,
infinitamente menos
categoría que el estiércol;
si no es ahora, ¿cuándo,
cuándo se pierde el juicio?
Respondedme, loqueros, relojeros (…)
Ya no hay locos, amigos, ya no hay locos.
Se murió aquel manchego,
aquel estrafalario
fantasma del desierto,
y … ¡ni en España hay locos!
Todo el mundo está cuerdo,
terrible,
monstuosamente cuerdo. »
-León Felipe-

Pasar un mes en Palestina como integrante de una de una organización cuya misión es protestar pacíficamente contra una ocupación militar que dura ya más de 35 años suena a locura difícilmente justificable. Ya no hay locos, ni parias ni quijotes en este mundo de la injusticia globalizada. Comenzamos a descansar como individuos absurdamente racionales dispuestos a dejarnos arrastrar por la corriente de consumo que nos envuelve, maximizando nuestro beneficio particular en todo cuanto hacemos y expulsando cualquier posibilidad de compromiso de la supuesta independencia de criterios que soñamos haber conseguido a través de la educación.
Pero aún es posible romper con lo que se espera de uno y en vez de disfrutar de las playas de la Costa Brava o sentarse en el tedio del verano gijonés, optar por seguir adelante con ciertas ideas. Son lo único que nos queda para no convertirnos en «uno de ellos».
Nuestros abuelos soñaron durante una guerra con construir un mundo más justo y la perdieron, viéndose obligados, a partir de aquella triste retirada a pie a través de los Pirineos, a encerrarse en el exilio o volver a un país que fue durante cuarenta años un inmenso campo de concentración. Entendieron antes de tiempo que las batallas que se pierden viajan por el mundo contagiando el derrotismo del vencido a quienes querían implicarse pero pensaron que no era el momento adecuado para hacerlo.
Nuestros padres militaron en el antifranquismo para darse cuenta posteriormente de que la democracia por la que habían luchado no serviría para que sus hijos reprodujesen su bienestar por sí mismos. Les instalaron en la precariedad. El franquismo murió en un hospital tras una larga convalecencia que permitió diseñar la democracia controlada en la que actualmente vivimos. Sus sindicatos nos traicionaron y sus partidos de izquierda nos han enseñado que la justicia y la igualdad de oportunidades no figuraban realmente entre sus prioridades, centradas en repartirse con la derecha las cuotas de poder a las que el sistema les permite acceder.
Cualquier modo de respuesta a esta sociedad, cualquier manera de marcar el camino que recorren el silencio y la apatía de nuestros mayores (dirigentes, gobernantes, consejeros desde la madurez) es útil para expresar que el mundo camina al revés y no sabemos como enderezarlo, tenemos que optar, por tanto, por la vía de negar su pretendida racionalidad.
Cuando uno se decide finalmente a emprender el viaje se encuentra con que debe explicar ante cada persona a la que se lo cuenta cuáles son los motivos que le mueven a comprometerse de este modo y no de otro con la lucha de los palestinos o las razones por las cuales lo hace con esta causa y no con otra. Es fácil reconocer que a la mayoría de las personas de nuestro entorno, la idea les suena a impulso desesperado en la búsqueda de motivos para llenar esos vacíos que tanto se nos notan. Quizá sea cierto. Pero en todo caso, pensamos que tiene la misma legitimidad comprometerse a asumir riesgos por una causa justa que no hacerlo para poder relajarnos en la comodidad de nuestra pretendida vida fácil en Barcelona, Madrid o San Sebastián. Es cuestión de prioridades. Y de insatisfacciones también, ¿por qué no? Estamos absolutamente insatisfechos con la realidad. Con la nuestra, que experimentamos a diario, y con las de muchos más, que vamos conociendo poco a poco.
Es cierto que quizás nos esforzamos bastante más por conocer insatisfacciones que satisfacciones. Es cierto que nos centramos más en las injusticias que en las buenas noticias de la vida diaria, que por cierto, cada vez escasean más. Es cierto que nos resulta más fácil de comprender el pesimismo que el optimismo. Pero no pensamos sentirnos culpable por ello, no tenemos la más mínima intención de hacer caso a quienes pretenden hacernos ver que estamos equivocados. Es una opción vital. La de quedarnos siempre cerca, al menos como postura, de aquellos a quienes les ha tocado la carta doblada en la baraja de la existencia.
Hace años podríamos habernos refugiado en la seguridad de las ideologías o en la de la militancia en los partidos de izquierda. Sin lugar a dudas, esconderse bajo el paraguas de una organización que nos dictase posturas comunes ante las disyuntivas que enfrentamos sustituiría el compromiso personal, tan difícil, por el del grupo, más fácilmente justificable. Ahorraríamos muchas explicaciones, sustituidas por la pertenencia a alguna etiqueta omniabarcante que sirviese de mediación entre el individuo y la sociedad. Pero el tiempo de aquellas organizaciones se terminó y las ideas están demasiado machacadas como para servir de firme coraza de nuestro comportamiento. Queda sólo la pulsión, el compromiso espontáneo y el ímpetu de una acción inmediata que no tiene demasiado miedo a equivocarse. «Se murió aquel manchego, aquel estrafalario fantasma del desierto y… ni en España hay locos».
Revivámoslo.

Brigadista en Palestina (II): La solidaridad internacional y las brigadas por la paz
Alberto Arce Palestina, 28 de Julio de 2004.
Publicado originalmente en La Insignia.

«¿Desde cuando un pueblo ocupado tiene la responsabilidad
de organizar un movimiento pacifista?»
-Edward Said. El País (España, 29 de enero de 2002)-

Y aún así lo hace. La presencia de internacionalistas en Palestina servirá, a lo largo del verano 2004, para denunciar las continuas violaciones de los derechos humanos que tienen lugar cada día en los territorios ocupados. Su mecanismo de denuncia es la acción directa no violenta. Y, pese a que la parte visible de la movilización es aquella que encabezan los internacionales, en realidad ésta no supone más que la punta del iceberg de la incesante movilización palestina, dentro de la cual que se enmarca.
Al mismo tiempo que se desarrollen acciones de protesta, la intención de la campaña del Movimiento de Solidaridad Internacional (MSI) es proteger personas y casas y dificultar los movimientos represivos del ejército israelí. Contribuir, en definitiva, a hacer más pública y evidente la ignominia de una ocupación de territorios que debe finalizar y le grita en la cara a la comunidad internacional su continua inacción ante el comportamiento del Estado de Israel.
Cuando se habla de los voluntarios internacionales no estamos refiriéndonos a locos o parias descabezados que buscan correr riesgos porque sí. Ni mucho menos estamos hablando de jóvenes violentos que pretenden proteger con su presencia a activistas de las organizaciones armadas que se enfrentan a la ocupación, como el gobierno de Israel alega. Se trata de pacífistas, personas de toda clase, nacionalidad y condición que hacen suyo el sufrimiento del pueblo palestino y pretenden, desde la mínima contribución de un individuo, aportar un poco de luz y de justicia a un conflicto globalizado hace ya muchos años.
Escapando de la dificultad y el peligro de las grandes y espectaculares acciones que la sociedad mediática reclama, a la búsqueda de carnaza, para reconocer y dar publicidad a la existencia del oprobio y la indignidad de la situación a la que el pueblo palestino se ve sometido, la simple presencia de personas solidarias con su causa, servirá para que los palestinos se sientan, en su vida diaria, menos olvidados por el mundo. En esta dirección es importante considerar que, desde el punto de vista de la difusión de la información, de nada servirán las acciones pacíficas que se desarrollen en Palestina si estas no van acompañadas, en los países de origen de los brigadistas, de repercusión y difusión adecuadas.
Si las redes sociales que los brigadistas internacionales sean capaces de tejer a su alrededor para difundir desde el terreno la verdad sobre lo que sucede en los territorios ocupados no pueden hacer llegar lo que allí sucede al conocimiento de la mayor cantidad de personas posible, la campaña de solidaridad con el pueblo palestino cojeará en uno de sus pilares más importantes: la difusión de la paz como ejemplo de resolución de conflictos.
Los activistas internacionales y los medios de comunicación
Rachel Corrie, activista estadounidense por la paz, tan sólo tenía 23 años cuando fue asesinada el día 16 de marzo del año 2003 por un bulldozer israelí mientras intentaba evitar que se derribase la casa de una familia palestina. Tom Hurndall, británico, intentaba proteger a un grupo de niños palestinos cuando un disparo en la cabeza, proveniente de un francotirador israelí, le asesinó el 12 de abril de 2003. Tenía 22 años. A Brian Avery, estadounidense de 23 años, una ráfaga de ametralladora le provocó heridas graves en el rostro cuando ayudaba a un grupo de palestinos el día 5 de abril del mismo año.
Los casos citados son tan sólo tres ejemplos de la violencia que el ejército de Israel ejerció indiscriminadamente en los territorios palestinos ocupados a lo largo del año 2003. Tres casos que adquieren -únicamente en función de su condición de extranjeros- más relevancia mediática en la prensa internacional que el terror diario ejercido por la ocupación militar israelí de Gaza y Cisjordania, al que ya estamos lamentablemente acostumbrados.
Su ejemplo no ha resultado estéril y este verano del 2004 el número de brigadistas que continúan su labor se incrementará de manera importante. El ejército israelí tiene que entender que la represión hacia los brigadistas internacionales no tendrá más que efectos negativos sobre su modo de proceder en los territorios ocupados y tendrá que convivir, en el desarrollo de su política represiva, con las cámaras y los altavoces de cientos de testigos internacionales que continuarán desenmascarando su comportamiento mientras continúe la ocupación.
El papel de los medios de comunicación es fundamental. Si no deciden darle la adecuada cobertura a lo que allí sucede pese a la presencia en dichos territorios de ciudadanos de diversos países dispuestos a acompañar en todo momento a los activistas palestinos, estarán colaborando a que al muro de la vergüenza se le sume una vez más el muro del silencio. La inmediatez de la noticia, como podemos observar habitualmente, sustituye en nuestros medios de comunicación a un conflicto enquistado como el palestino-israelí. Peor aún, lo circunscribe al ámbito de la nota de agencia que relata hechos trágicos para cubrir espacios de poca importancia, impidiendo un detallado análisis de las circunstancias en las que estos tienen lugar. De este modo, la resolución del conflicto se alarga y retrasa. Por eso es tan importante que la opinión pública occidental conozca y comprenda las acciones de los brigadistas, porque sólo a través de su movilización y únicamente a través de la presión sobre los gobiernos occidentales de sus propios ciudadanos, Israel cederá en su negociación con los palestinos.
Aquí radica la importancia del papel de acompañamiento que los activistas internacionales representan en Palestina. Frente al derribo diario de las viviendas de los palestinos, frente a la vergüenza internacional que supone la construcción del muro de Cisjordania, frente a los continuos ataques de colonos judíos ortodoxos a los campesinos palestinos, frente a la multitud de bloqueos de carreteras y puntos de control que impiden a los palestinos desarrollar su vida diaria dentro de una mínima normalidad, frente a todas estas situaciones, la población palestina resiste con dignidad.
Es necesario, en este contexto, que este verano los medios de comunicación le transmitan a la población que, guiados por el convencimiento de que otro mundo es posible y que, entre todos y empezando por uno mismo, cientos de europeos y estadounidenses están llegando y llegarán a Palestina para sumar esfuerzos al pueblo palestino en su lucha por la libertad con un ejemplo de acción directa no violenta que pretende, aunque sea desde lo simbólico, desacelerar la violenta escalada hacia el odio y la muerte a la que por desgracia estamos ya demasiado acostumbrados cada vez que oímos hablar de conflicto palestino-israelí.
La causa árabe puede ser también la causa de la paz, frente a lo que pretenden hacernos creer desde los sectores conservadores del stablishment internacional. ¿Y qué mejor que una pequeña muestra de solidaridad con el pueblo palestino para construir una causa de la paz que sirva como ejemplo de superación respecto de las agoreras condenas a un obligatorio choque de civilizaciones que algunos están tan interesados en mantener?

Brigadista en Palestina (III): Israel, un país militarizado
Alberto Arce Palestina, 29 de Julio de 2004.
Publicado originalmente en La Insignia.

Jerusalén Este.- El hostal Faisal, situado frente a la puerta de Damasco, en Jerusalén Este, no es tan diferente a cualquier otro albergue de mochileros de los que he visitado en otros países. Destartalado por fuera, con la falta de mantenimiento que caracteriza a los sitios baratos y rodeado además del caos y el bullicio propio de cualquier calle de la parte árabe de Jerusalén. Sobrio por dentro, lo único que recuerda que estamos en la «base» del Movimiento de Solidaridad Internacional (ISM por sus siglas en inglés) es algún que otro cartel en protesta contra la ocupación israelí sobre las paredes llenas de graffitis que los viajeros van dejando como recuerdo de su estancia. La bandera pacifista sobre fondo arcoiris que vimos en las movilizaciones mundiales contra la guerra de Irak, es la primera imagen que nos retrae realmente al motivo de nuestra presencia en la ciudad: la marcha contra el muro de separación y la accion directa no violenta contra la ocupacion israeli de Cisjordania y Gaza. Al fin hemos llegado al sitio correcto. Rodeados, por fin, de iguales, podemos relajarnos después de varios horas de trayecto entre el aeropuerto Ben Gurión de Tel Aviv y Jerusalén, en las que nos hemos sentido totalmente abrumados por la abundancia de hombres y mujeres armados por todas partes. Palestina está ocupada por el ejercito israelí e Israel está ocupada, al mismo tiempo por sus propias armas y por la militarizacion absoluta en la que vive su sociedad.
La primera persona con la que hablamos en el Faisal es un chico joven, de unos 15 años. Nos pregunta directamente por el motivo de nuestra de visita. Mencionamos el ISM y nos hace pasar a un pequeño salón de té donde el idioma mayoritario es el inglés; en cada esquina hay un enchufe y una camara al lado, cargando baterías. El resto de las personas hospedadas en el estableciimento comparte los motivos del viaje. Un tal Hisham parece ser el jefe; cojea ostensiblemente y prefiero no preguntarle por qué. Nos dice que esperemos un rato. Está cocinando para todos. Esta noche hablaremos y empezaremos a planear el calendario de cada uno: cuándo y dónde nos entrenamos, en que grupo nos incluimos y hacia dónde partiremos el fin de semana.
Es facil caer presa de una cierta mania persecutoria cuando uno viaja a Israel y sabe que su objetivo no es visitar los «Santos Lugares» o bañarse en el Mar Muerto. Desde que embarcamos en Barcelona, nos sentimos observados por el resto de pasajeros. Creo que María y yo somos los únicos españoles además de la tripulación de Iberia. El peor momento, el que nos permite darnos cuenta de lo miserable que es el miedo, llega cuando un chico de aproximadamente mi edad (cercano a los treinta) comienza a hacerme preguntas sobre el motivo de nuestro viaje. En cualquier otra circunstancia, los compañeros de viaje son personas a las que se puede contar la vida sin ningún problema; e este caso, en cambio, comenzamos a mentir, obsesionados con la idea de que sea un policia o simplemente un israelí que dé parte de nosotros a los guardias fronterizos. En realidad es un árabe israelí que nos cuenta los problemas que tiene cada vez que quiere viajar a su casa. La policía lo interroga, lo registra, lo molesta. A medida que avanza en su relato sobre los excesos de la policia de aduanas israelí, el resto de pasajeros empieza a mirarnos sin ningun recato. Me descubro cobarde y quiero separarme de él a la hora de pasar el control de pasaportes. No quiero que el viaje se estropée en el mismo aeropuerto. Le deseamos suerte cuando estamos aterrizando y la primera escena de la que somos testigos en la misma escalerilla del avión la componen tres policías que están pidiendo la documentación y haciendo preguntas de forma aleatoria a algunos de los pasajeros.
El control de pasaportes ha resultado ser más suave de lo que pensábamos. Parece ser que desde la reciente victoria de Ann Petter, una estadounidense que consiguió que la Justicia israelí impidiese su deportación, es mas dificíl impedir la entrada de pacifistas extranjeros, aunque la policia sabe que venimos. Apenas cinco minutos de preguntas formales sobre el dinero del que disponemos, si tenemos algún amigo en Israel, dónde vamos alojarnos, qué lugares pensamos visitar. María dice que me temblaba la voz. Me defiendo explicando que pronunciar nombres en hebreo no me resulta la cosa más fácil del mundo. No es cierto. Estaba muy nervioso. Complejo de culpa: me obsesiona la posibilidad de que me den la vuelta en el aeropuerto. Pero en realidad parezco más un turista que un militante.
Al salir del aeropuerto Ben Gurión, la primera imagen que se me viene a la cabeza es la de cualquiera de las estaciones de autobuses en las que he esperado mientras estudiaba. Lo que en España eran grupos de estudiantes que volvían a sus casas o iban a la universidad cargados de mochilas y libros, aquí son soldados de entre 18 y 25 años con grandes metralletas. Pero sus madres los besan y les dicen que se cuiden y que llamen para dar noticias de vez en cuando. Como hacian con nosotros. Como haría cualquier madre del mundo, preocupada por un hijo que, en realidad, se esta yendo a una guerra. Las madres dan un beso y los padres dan la mano. «Cuídate, hijo» dicen. Nosotros nos íbamos a estudiar. Ellos se van a ocupar la tierra de los palestinos.
El autobús de línea regular Tel Aviv-Jerusalén rebosa. Hace calor y nos toca viajar de pie en el pasillo. Más de la mitad del pasaje va de uniforme y tiene una metralleta entre las manos. Duermen, escuchan música en sus reproductores portátiles, hablan por teléfono. Y nos miran. Somos los únicos extranjeros del autobús y vamos de pie. Nos miran como se mira a cualquier turista en cualquier parte del mundo. Pero nosotros, en realidad, estamos aquí para protestar contra ellos. Y nos intimida ver que sus armas, aunque descargadas, nos apuntan inocentemente. Quizás nos encontremos con alguno de ellos en un heck-point dentro de varios días.
En la estación central de autobuses de Jerusalén comienzan de nuevo los controles y las preguntas. Detector de metales, mochilas, pasaportes. Nada se les escapa. Los agentes de seguridad (no se cómo llamarles ya que visten de civil pero van armados) son realmente malencarados. Les encanta provocar a los extranjeros y humillar a los árabes. La chica que revisa a María se dirige a mí sólo para decirme que no tenga prisa, que repetirá exactamente el mismo procedimiento conmigo. Más vale tener paciencia, sonreír y decir que sí a todo. Salimos caminando por la calle Jaffa en dirección a la ciudad vieja. La constante son las armas. Nunca había visto tanta gente armada. En cada parada de autobús hay uno; en cada centro comercial hay varios; incluso en las terrazas de las cafeterías hay grupos de jóvenes que toman cerveza con su metralleta entre las piernas. Los colonos que bajan a la ciudad a hacer la compra de la semana llevan su metralleta como yo llevo mi mochila. Supongo que me acostumbraré. Pero sé que al principio parezco Paco Martínez Soria sorprendido en la gran ciudad. Hace calor y los judíos ortodoxos con sus largas barbas, sus abrigos y sus sombreros negros me provocan una sensación extraña.
Cuando se entra en el barrio árabe de la ciudad vieja, todo cambia. Ya hay niños corriendo por todas partes. Ruido, bullicio y bazares. Sonrisas y buen humor. Gente que nos saluda y nos da la bienvenida. Definitivamente me quedo con los árabes. Los judíos estan obsesionados con su seguridad. Los árabes, pese a lo desesperado de su situación, siguen adelante con una sonrisa en la boca.
Ya en el Faisal, el primer ciudadano de otro país con el que hablamos es un canadiense de Montreal. Ha estudiado ciencias políticas, como yo, y acaba de llegar después de 30 horas de viaje vía Dublín. Parece un tipo feliz. Quiere empezar a hacer algo ya. Lleva un mes preparando este viaje, más o menos como nosotros. En seguida se nos unen un par de estadounidenses, una chilena, una francesa y varios suecos. Algunos cuentan historias sobre Nablús, Hebrón, Gaza. Hay brigadistas que llevan meses en los territorios ocupados y vienen cada tanto hasta Jerusalén para relajarse, comer, dormir, escribir, revelar fotografías o despedirse de la gente que se conoce por el camino. Nos hablan del buen recibimiento que los palestinos dispensan a cualquier extranjero. De soldados, de armas, de disparos, de estrés y tensión. Nos hablan de una realidad que cada vez vemos mas cercana. Pero todos parecen tranquilos.
Hoy es jueves, mañana viernes y el sábado recibiremos entrenamiento: cómo hablar con los soldados, cómo actuar en los controles, como reaccionar ante las diferentes situaciones en las que nos vamos a ver envueltos. Y el domingo empieza todo. Nos ubicarán por grupos en diferentes poblaciones y campos de refugiados de los territorios ocupados y comenzaremos a resistir y a protestar pacíficamente, junto a los palestinos, contra la ocupación y el muro de la vergüenza.
Brigadista en Palestina (IV): El muro de la vergüenza
Alberto Arce Palestina, 30 de Julio de 2004.
Publicado originalmente en La Insignia.
El mapa de Palestina parece un queso agujereado y aplastado. Palestina sobrevive perforada y rota, privada de su continuidad territorial por el muro de separación que Israel construye a lo largo del territorio de Cisjordania y apisonada en su supervivencia material por 35 años de ocupación militar. La realidad a la que sus habitantes se enfrentan cada día es la crónica de un horror por todos conocido pero cada vez más silenciado, más normalizado y más aceptado como irremisible por todos nosotros, silenciosa y cómplice comunidad internacional.
Poblaciones enteras rodeadas por losetas de hormigón de varios metros de alto, hombres que no pueden salir de su pueblo-cárcel para ganarse dignamente el sustento en las fábricas que quedan tras el muro de separación (112 poblaciones palestinas con aproximadamente 200.000 habitantes quedan atrapadas y aisladas por el muro), niños que no pueden llegar hasta sus colegios, jóvenes que no pueden asistir a la Universidad y personas que mueren en las ambulancias bloqueadas por los controles del ejército israelí. Ese es el resultado del muro que Israel construye ¿para su seguridad?
En caso de que alguien aún lo dudase, lo que está sucediendo en Palestina es un auténtico genocidio. Se entiende por genocidio el crimen consistente en destruir o cometer conspiración para aniquilar o exterminar de forma premeditada y sistemática un grupo nacional. Israel lleva perpetrando una política sistemática de destrucción del pueblo palestino desde que en 1948 tuvieran lugar las primeras expulsiones masivas de población árabe y especialmente desde que en 1967 se ocupasen los territorios de Gaza y Cisjordania en los que debería fundarse el Estado palestino.
Desde esa fecha hasta el día de hoy, y previsiblemente aún por muchos años, aumenta el lento drenaje de sufrimiento y muertos palestinos, incrementando así mismo la ignominia del comportamiento israelí. Sólo desde el inicio de la segunda intifada en el año 2000 han muerto casi 3000 palestinos frente a unos 700 israelíes. Mientras tanto, nuestros gobiernos comprenden que Israel debe defenderse del terrorismo construyendo un Muro de separación de los palestinos pero al mismo tiempo no mueven el más mínimo resorte para proteger a los palestinos del terrorismo de estado israelí.
Palestina es el mayor campo de concentración del mundo. Está vigilada por soldados israelíes que, con una media de edad de 20 años y un nivel de prepotencia absolutamente imposible de manejar, deciden, con un refresco en la mano y una metralleta en la otra, sobre la humillación constante en que se ha convertido la vida diaria de miles de palestinos. La ocupación militar que estos soldados representan no es más que el brazo ejecutor de la decisión política del gobierno de Ariel Sharon (compartida por el laborismo de Simón Peres) de aniquilar definitivamente las posibilidades de que el futuro estado palestino sea una entidad con posibilidades de desarrollarse con autonomía. Y el muro no es más que el ejemplo a través del cual se comprenden 56 años de guerra israelí contra el pueblo palestino.
El muro de la vergüenza debe ser derribado
El 20 de octubre de 2003 la Asamblea de las Naciones Unidas condenó (con 144 votos a favor sobre 166 posibles) el muro del apartheid que Israel construye en Cisjordania desde Junio del 2002. Varios meses después de que se aprobase esta primera resolución de las Naciones Unidas, el 9 de julio de 2004, el muro fue declarado ilegal por el Tribunal Internacional de Justicia de la Haya (14 votos a favor y sólo 1 en contra, el de los Estados Unidos). Al mismo tiempo, la Corte dio un paso más allá de la mera declaración y considera que el gobierno de Ariel Sharon debe derribar los tramos ya construidos e indemnizar a los palestinos por los graves perjuicios ocasionados a lo largo de estos años. El 20 de julio la Asamblea General de Naciones Unidas aprobó por abrumadora mayoría (150 votos sobre 166) una resolución en la que conminaba al Estado de Israel a acatar la sentencia del Tribunal Internacional de Justicia e incluso incitaba a la comunidad internacional a cesar en su colaboración con el Estado de Israel en tanto éste no cumpla con sus obligaciones.
Como era de esperar, Israel no acatará la sentencia ya que no reconoce la legitimidad de las organizaciones internacionales para inmiscuirse en sus asuntos internos, que se refieren exclusivamente, siempre según su versión » a protegerse de la amenaza terrorista». Y los Estados Unidos, en una poco sorprendente muestra de consenso entre demócratas y republicanos le muestran una vez más todo su apoyo, y declaran, por boca de Hillary Clinton, que «el muro es una alternativa no violenta por parte de Israel al terrorismo palestino».
Tan sólo unas semanas antes de que la Justicia internacional se pronunciase a favor del pueblo palestino, el 31 de junio, el Tribunal Supremo Israelí ya había fallado que, al menos parcialmente, el trazado del muro es ilegal debido al gran sufrimiento que le inflinge a la población de los territorios que atraviesa y que no se justifica por la necesidad de proteger a la población de ataques terroristas. Ya en febrero de este mismo año había ordenado detener temporalmente sus obras de construcción. Incluso el sistema de garantías de la peculiar «democracia étnica» por el que Israel se rige, y que permite que los palestinos pierdan prácticamente su condición de seres humanos mientras para los israelíes el sistema funciona a la perfección, no puede evitar reprobar la construcción del muro.
Sin embargo, de nada ha servido el recurso a la ley por parte de los palestinos, que cuentan con el apoyo de gran parte de la comunidad internacional, de la opinión pública, del aval de las resoluciones de las Naciones Unidas y las sentencias de su Tribunal de Justicia. El muro avanza imparable, con más de 180 km ya construidos sobre los casi 800 proyectados, adentrándose entre 20 y 30 kilómetros más allá de la «línea verde» que separaría hipotéticamente las fronteras de dos Estados forzados a co-existir en un futuro que parece no tener fecha. Gracias a la fuerza de los tanques y las apisonadoras que Estados Unidos le suministra a Israel y a la pasividad del resto de países que se llenan la boca de solidaridad con el pueblo palestino pero se atan y se vuelven a atar a sí mismos las manos con las que comenzar a derribarlo, avanza sin remisión la conquista (robo) de terreno árabe y consecuente negación de la más mínima posibilidad de establecer un futuro estado palestino.
¿Qué comportamiento cabe esperar por parte de la población palestina ante tamaña injusticia? La legalidad internacional les apoya. La justicia israelí entiende, aunque sea parcialmente, sus argumentos, y la mayoría de la opinión pública mundial está con ellos. Pero al mismo tiempo que todo esto sucede, los territorios ocupados de Gaza y Cisjordania continúan sufriendo las incursiones de un ejército que no respeta los más elementales derechos humanos, asesina sistemáticamente a varias personas a la semana, no les permite trabajar sus campos, bloquea el paso de los trabajadores a los puestos de trabajo que quedan del otro lado de las fronteras de facto decididas por Israel y dificulta enormemente el desarrollo con normalidad de cualquier actividad diaria, sea esta acudir a la escuela o tratarse en un hospital. Y mientras, occidente calla, comprende y deja hacer. Por poner un ejemplo que nos resulte cercano, el gobierno español ha declarado ante la sentencia de la Corte internacional de Justicia que «espera que Israel acepte la legalidad internacional pero comprende su lucha contra el terrorismo».
Israel presenta la construcción del muro como un escudo contra el terrorismo suicida. Pero no se trata sólo de eso. El muro no se limita a separar el futuro estado palestino del territorio de Israel siguiendo la «línea verde» que demarcaría los territorios ocupados en 1967. En realidad, penetra en los territorios palestinos delimitando una franja de varios kilómetros de territorio destinado a la creación de «parques industriales» o, en expresión más honesta y descriptiva, «maquilas» en las que explotar con libertad la mano de obra palestina, necesitada a cualquier precio de acceso a un trabajo que limite su situación de extrema necesidad. El muro encerrará literalmente a varias poblaciones palestinas que perderán cualquier contacto con el exterior que difiera del decidido por el ejército israelí, arbitrario «señor» de sus puertas, que sólo se abrirán para dejar pasar a la mano de obra desde sus hogares a las fábricas y viceversa. Si ya hoy los jóvenes de Gaza no pueden acudir a las universidades palestinas de Cisjordania, en el plazo de pocos años, y si nadie lo remedia, ni siquiera los habitantes de la propia Cisjordania podrán moverse con libertad por su territorio, trenzado por carreteras y vallas que separarán, protegerán y comunicarán entre sí a las colonias judías que se implantan en los terrenos arrebatados a los palestinos.
Cada vez que los palestinos más radicalizados deciden responder con atentados suicidas a esta injusta situación y, en desigual lucha, cometen ataques contra la población civil israelí, la defensa de sus derechos incuestionables, se tiñe de sangre y pierde legitimidad ante quienes podrían ayudarles desde el exterior. De nada sirve poner en una balanza el número de muertos en ambos bandos desde el inicio de la segunda intifada en el año 2000, que triplica por el lado palestino al de sus adversarios. De nada sirve contraponer la resistencia a pedradas de los niños palestinos frente a los tanques y helicópteros de uno de los ejércitos mejor preparados del mundo. Tienen la razón, pero no tienen la fuerza y, a partir de los métodos de resistencia de los que una minoría palestina ha decidido dotarse, desde occidente se les niegan los apoyos necesarios para llevar adelante su lucha por la libertad. De nada valen los casi cuatro millones de refugiados forzados a no volver a sus hogares, de nada valen los indicadores sociales y económicos que demuestran la lenta pero continua destrucción de un pueblo, de nada valen las imágenes de los bulldozers israelíes destrozando barrios enteros de poblaciones como Hebrón, Nablús y Belén, de nada vale que la franja de Gaza se haya convertido en el mayor campo de concentración del mundo. Los palestinos son un pueblo abandonado a su suerte porque la ley internacional no se aplica de igual modo en todos los casos y nadie, empezando por nuestros propios gobiernos está dispuesto a presionar a quien la incumple a adaptarse a sus dictámenes.
Los españoles conocemos las consecuencias de este comportamiento. Cuando en 1936 el gobierno legítimo de la II República fue atacado por un sector del ejército, las potencias europeas, lideradas por Francia y Gran Bretaña, decidieron no inmiscuirse en los asuntos internos de España y firmaron un «acuerdo de no intervención» que únicamente respetaron quienes debían ayudar a la República. Mientras tanto, la Alemania nazi y la Italia de Mussolini no dudaron en desequilibrar la balanza del lado del ejército alzado. El resultado fueron 40 años de dictadura fascista ante el silencio del resto de occidente.
En el caso de los palestinos, el resultado de la negativa de la comunidad internacional a forzar a Israel a cumplir con las resoluciones de las Naciones Unidas o a sentarse en una mesa de negociación en la cual no existan posturas de fuerza ni una decisión a priori de imponer la ocupación, está siendo no ya la pérdida de una guerra que nunca se pudo ganar sino algo mucho peor: la lenta aniquilación de un pueblo.
En este contexto surge el «verano por la libertad», una campaña que, a iniciativa de la organización ISM (International Solidarity Movement), pretende aunar los esfuerzos de algunas organizaciones palestinas con los de varios cientos de voluntarios brigadistas. El objetivo es emprender, entre el 30 de julio y el 19 de agosto, una marcha pacífica de protesta contra la construcción del muro, rodeando su perímetro entre las ciudades de Jenín y Jerusalén. Quizás ahora, tras la sentencia de la Corte Internacional de Justicia, esta campaña, que venía cargada de razones, se convierta en el último y definitivo esfuerzo por derribar un muro que ya no se sostiene más que desde la imposición, la ilegalidad y la cobardía cómplice de nuestros gobiernos que prefieren mirar para otro lado mientras Israel lo construye. Ojalá el convencimiento de que la razón está del lado palestino y el acompañamiento de varios cientos de occidentales que puedan limitar la represión del ejército israelí contra la marcha sirva para que los palestinos puedan, en agosto de 2004, imitar a los alemanes que, en noviembre de 1989, derribaron pacíficamente el muro de Berlín.

Brigadista en Palestina (V): Hacia Jenín
Alberto Arce Palestina, 31 de Julio de 2004.
Publicado originalmente en La Insignia.

En unas pocas horas emprendemos viaje desde Jerusalén hacia el norte. Nuestro destino es Jenín, un lugar donde la ciudad convive con un campo de refugiados y el muro de cemento convive con la valla metalica. Junto con Nablús y Qualquilia es, probablemente, uno de los mejores ejemplos de lo que la ocupación militar está provocando en Palestina y el lugar en el que nuestros coordinadores palestinos han decidido que nos sumemos a la marcha.
Los dos días de entrenamiento me han mostrado uno de mis puntos débiles, probablemente el que más debo controlar a partir de ahora y mientras participe en las protestas. La mañana del viernes, mientras Mohamed, uno de los palestinos que han estado formándonos para afrontar lo que nos encontraremos en Jenín, nos relataba el comienzo de la primera intifada en 1987 y recorría la serie de humillaciones que provocó el levantamiento más importante de la población civil hasta la fecha, estuve a punto de romper a llorar. Afortunadamente pude controlarme y todo se quedó en un simple estornudo. No creo que sea el único de los extranjeros que ha sentido algo parecido a lo largo de estos días. Tal vez fuera una simple prueba del miedo que puede llegar a atenazarnos, pero prefiero inclinarme por la teoría de que mi cuerpo necesitaba descargar tensión. En todo caso, la sensibilidad sigue a flor de piel y creo que mantener la sensibilidad sera mi única y mejor arma a partir de ahora . Lo que nos cuentan tiene tanto de colérico como de útil; es, al mismo tiempo, tan frustrante como motivante. Es, para todos nosotros, la historia mas dolorosa que hemos oído en nuestra vida.
Para llegar hasta el hotel 3 Kings en Beit-Sahour, al sur de Belén, hemos tenido que atravesar nuestra primera barrera de carretera. Era una de las sencillas, porque que no estaba cutodiada por soldados; sin embargo, fue suficiente para que todos comprendiéramos a la primera el concepto de «desmembracion del territorio» del que tanto nos han hablado. El autobús avanza hasta cierto punto en el que el camino aparece cortado por varios montones de tierra, escombros y basura de aproximadamente un metro de altura, seguidos de varios socavones de gran tamaño. Hay que bajarse del autobús, recogerlo todo, despedirse del conductor y caminar unos cientos de metros hasta otra serie de fosos y montículos tras los cuales espera otro autobús. Y todo esto, en mitad de un caos; niños y hombres por todas partes, apenas un par de mujeres y un par de puestos móviles que venden refrescos pretendidamente fríos. La temperatura ronda los 40 grados de un calor muy parecido al extremeño y el sol golpea con toda su fuerza.
Esto sucede en la carretera de acceso a Belén, probablemente la ciudad más turística de toda Palestina, junto con Jerusalén. Hasta mañana -cuando tendré que enfrentarme a ello- no quiero ni imaginarme lo que sucede en poblaciones menos importantes y más alejadas de la capital. El gobierno israelí no sólo vulnera los derechos humanos de los palestinos sino que además destruye sus infraestructuras e imposibilita cualquier capacidad de desarrollo económico. Belén es una localidad de indudable componente turístico, aunque durante nuestra estancia en ella no creo que nos cruzáramos con más de tres o cuatro turistas orientales. Y eso es al mismo tiempo una piedra que lanzan contra su propio tejado, porque limitar el desarrollo de la zona resulta especialmente incomprensible cuando en Jerusalén, despues de varias horas de estar sentados ante el muro de las lamentaciones, apenas nos cruzamos con una docena de turistas que no fuesen judíos.
Sin embargo, es absolutamente normal que nadie quiera ir. Tres compañeros de Zaragoza acaban de llegar al hostal Faisal con un ejemplo de las buenas formas de las fuerzas de seguridad israelíes. En el aeropuerto de Barajas, cuando se disponían a facturar su equipaje en el mostrador de las líneas aéreas El Al, fueron abordados por dos miembros de algún cuerpo de seguridad israelí que, contando con la evidente colaboración de nuestras autoridades (no entiendo como pueden tolerarlo) los separaron en tres habitaciones diferentes para interrogarlos sobre los motivos de su viaje y les hicieron perder el avión. El gobierno israelí sabe perfectamente a qué vamos. Sin ninguna duda. Y sabe también que en territorio español no pueden hacer esas cosas. Pero alguien se lo permite y lo hacen con el objetivo de intimidar y preparar a los activistas para lo que les espera en el aeropuerto de Tel Aviv. Digamos simplemente que los desnudaron a los tres. El resto es facil de imaginar.
Volviendo a los dos días de entrenamiento, el hotel en el que nos alojamos en Beit Sahour no tiene nada que envidiar a ningún hotel de rango medio de la Costa Brava. Y hace mucho tiempo que no tiene clientes, así que han decidido ofrecerse como base para los activistas internacionales. Nuestra presencia es, ante todo, una muestra de solidaridad para un establecimiento que permanece tristemente vacío a apenas unos cientos de metros de la Basílica de la Natividad de Belén (parece imposible, pero es cierto) y a unos dos kilómetros de la antigua sede la Autoridad Nacional Palestina, primero de una serie de edificios públicos palestinos que veremos a lo largo de los proximos días.
El proceso de formación ha resultado útil. No sólo hemos comprendido en profundidad el concepto de acción directa no violenta sino que hemos recibido instrucciones precisas sobre cómo reaccionar frente al ejército y la policía israelíes: desde cuestiones legales,hasta los tipos de armas con las que nos enfrentaremos, pasando por diversas estrategias de negociación. También hemos creado tres grupos de afinidad, de ocho personas cada uno, en los que se ha dividido el grupo inicial de 24 personas que manaña se incorporan a la marcha. María y yo hemos decidido quedarnos en el mismo grupo y trabajaremos con Adam, nuestro querido e irónico canadiense; Franz y Uwe, un par de tranquilos anarquistas alemanes; Kevin, un irlandés que parece directamente extraído de una novela de George Orwell que recordamos constantemente estos días; Niklas, un físico sueco; Piero (alias Jump), un informático italiano de Roma, y Ruth, una británica que no para de sonreir. Creo que hacemos un buen equipo. Y eso es realmente importante en un contexto en el que tendremos que tomar decisiones rápidas y confiar plenamente los unos en los otros, como si no nos conociésemos desde hace apenas 48 horas.
Ahora sabemos exactamente a qué atenernos. Sabemos a qué y a quién nos enfrentamos y tenemos los instrumentos para hacerlo. En tres horas partimos hacia Jenín.

Brigadista en Palestina (VI): El comienzo de la marcha
Alberto Arce Palestina, 3 de Agosto de 2004.
Publicado originalmente en La Insignia.

Ha sido imposible llegar hasta Jenín. El riesgo de que el ejercito israelí nos detuviese a todos, incluso antes de comenzar la marcha, era demasiado grande. Tres furgonetas con 25 ciudadanos extanjeros que atraviesan los territorios ocupados son un blanco demasiado fácil para quien lo sabe casi todo sobre nosotros: horarios, nombres, nacionalidad, destinos, etc.. Así que mejor no arriesgarse Después de más de tres horas atravesando caminos de cabras para evitar los puntos de control israelies, al fin conseguimos -siempre con la ayuda de los niños de los pueblos, que nos explican cómo burlar al ejercito- encontrar al resto del grupo. Nos sumamos a ellos mientras comían en la escuela de Nassit Essa, localidad situada a unos 30 kilometros de Jenín. Somos, en total, alrededor de 70 personas las que finalmente recorreremos la parte principal del trazado del muro con el que Israel esta troceando el territorio palestino.
Después de pasar 48 horas en los territorios ocupados, ante un conflicto que no sólo mata sino que tortura día a día, lenta y constantemente, a quienes lo sufren, es imposible ser objetivo. Para empezar, ni siquiera los extranjeros tenemos libertad de movimientos en los pueblos en los que nos paramos a comer o a dormir, y cada vez que uno de nosotros quiere salir a comprar a tabaco, o simplemente a por una botella de agua al supermercado del pueblo, un grupo de niños nos acompaña. Ayer, despues de comer, mientras Adam y yo caminábamos por Sarkiya, un jeep del ejercito se cruzo con nosotros. Nos miraron, redujeron la velocidad y siguieron su camino. Podrían habernos detenido. Entonces comprendimos que pasear por el pueblo había sido un error estúpido por nuestra parte; quieren cazarnos lo antes posible, y ante la dificultad de hacerlo cuando estamos en grupo, nos merodean constantemente para intentar que no nos movamos.
Como es lógico, las dudas sobre la utilidad de esta marcha nos asaltan con cierta asiduidad. Probablemente la mayor garantía sobre la eficacia de nuestra presencia nos la proporciona el hecho de que en cada pueblo tenemos una reunión con un grupo de líderes de la comunidad. En estas reuniones participan desde el gobernador de la región, de la ANP (Autoridad Nacional Palestina), hasta los representantes de los grupos del Frente Islamico Nacional. Ninguna de nuestras acciones, ni un sólo metro de nuestro recorrido, ni una sóla de nuestras pancartas sigue adelante sin el consenso de los líderes locales. No somos un cuerpo extraño insertado en la lucha del pueblo palestino. Desde el primer día nos han tratado como si fuéramos parte integrante de esa lucha, y los brigadistas no podemos -bajo ningún concepto- aceptar las camisetas o las gorras partidarias que continuamente nos ofrecen a lo largo del camino a menos que confirmemos previamente con alguno de nuestros acompañantes árabes que no pertenecen a ninguna organización concreta. Estamos aquí para protestar contra la ocupación, no para inmiscuirnos en luchas intestinas que por otra parte parecen haberse recrudecido en las últimas semanas.
La marcha está siendo un éxito, aunque sólo sea porque ninguno de nosotros ha sido detenido hasta el momento. El ejército y la policía nos siguen a una distancia prudencial, midiéndonos, observándonos, intentando asustarnos un poco. Pero entre ayer y hoy hemos notado un pequeno cambio de actitud en los israelíes y esta mañana nos han lanzado un serio aviso: vamos a por vosotros. Se debe a lo sucedido en las dos puertas que hemos encontrado en nuestro camino a lo largo del muro: rompimos una y dañamos la otra. Mañana, a la salida de Tulkarem, nos encontraremos con un puesto de control en el que nos han dicho que pueden estar esperándonos alrededor de 100 soldados. Saben que vamos y saben lo que vamos a intentar.
Nazzit-Essa es un pueblo partido en dos, cortado por la mitad como se corta una naranja con un cuchillo. Sus habitantes decidieron que debíamos conocer el pueblo antes de llevarnos al muro. Fuimos recibidos en la escuela del pueblo y todos los niños cantaron para nosotros. Izaron la bandera palestina en su mástil, nos dieron de comer, nos ofrecieron un concierto y nos invitaron a bailar. Nos pidieron que nos mezcláramos con ellos, en definitiva, para que comprendiéramos que son personas que, pese a la situación desesperada en la que viven, siguen adelante con una sonrisa en los labios. De hecho, creo que deberíamos aprender a divertirnos como ellos.
Tras la fiesta de recibimiento y una corta noche en la que nos dividimos en grupos de cinco personas por las casas del pueblo, a la mañana siguiente vimos el muro. En esta población pasa, en al menos un par de sitios, a menos de dos metros de las casas. De hecho, una de las casas mas llamativas del pueblo se ha visto incluso incorporada al muro, del cual forma parte una de sus paredes. Es la mas alta del pueblo; por eso los israelies decidieron no derribarla, como hicieron con las que la rodeaban: les resultaba útil para utilizar su terraza como torre de vigilancia y ahorrarse la construcción de una torre propia. Así que ahora hay dos familias que se ven obligadas a convivir con un grupo de soldados que vive en su tejado. Cada tres dias, los soldados irrumpen con la mayor de las impunidades en sus domicilios para entrar y salir de la posición que mantienen en el tejado. ¿Puede imaginar una familia española que grupos de soldados irrumpan a cualquier hora del día en su hogar como si estuviesen en el patio de un colegio? No creo que sean necesarios demasiados comentarios para comprender las raíces del odio.
El lunes, despues de comer, nos topamos con una puerta en el muro que aún no se ha cegado con cemento. Solamente había tres soldados custodiándola y los habitantes palestinos del pueblo nos contaron que llevaba mas de dos meses cerrada; dos meses en los que no logrado convencer al ejercito para que los deje pasar al otro lado para trabajar sus tierras. En una sociedad esencialmente agrícola como la palestina -al menos en su region más nórdica-, eso implica un inmenso perjuicio económico. Ni pueden conseguir alimentos ni pueden conseguir mercancías para ir a venderlas a los mercados de las poblaciones circundantes. Y la escasez comienza a aparecer.
Tras una rápida asamblea, los brigadistas, acompanados por un grupo de pacifistas israelíes, decidimos correr hacia la puerta y echarla abajo. Fue todo un éxito. Los tres soldados no parecían demasiado seguros de sí mismos y no hicieron nada por impedirlo. Inmediatamente después, algunas mujeres que viven en los alrededores vinieron a felicitarnos y a relatarnos sus historias sobre el muro. Dicho y hecho. Hemos demostrado que no sólo pensamos caminar con pancartas y canciones sino que, a la más mínima oportunidad, pasaremos de la protesta pasiva al sabotaje no violento.

Brigadista en Palestina (VII): Piedras en Tulkarem
Alberto Arce Palestina, 6 de Agosto de 2004.
Publicado originalmente en La Insignia.

«Sí, creo que se puede intentar la santa cruzada de ir a rescatar el sepulcro de Don Quijote del poder de los bachilleres, curas, barberos, duques y canónigos que lo tienen ocupado. Creo que se puede intentar la santa cruzada de ir a rescatar el sepulcro del Caballero de la locura del poder de los hidalgos de la Razón. Defenderán, es natural, su usurpación y tratarán de probar con muchas y muy estudiadas razones que la guardia y custodia del sepulcro les corresponde. Lo guardan para que el caballero no resucite. A estas razones hay que contestar con insultos, con pedradas, con gritos de pasión, con botes de lanza. No hay que razonar con ellos. Si tratas de razonar a sus razones, estás perdido.»
-Miguel de Unamuno (Vida de Don Quijote y Sancho)-

En la puerta del edificio del Movimiento de Solidaridad Internacional (ISM, por sus siglas en inglés) en Tulkarem, donde acabamos de dejar nuestras cosas, todavía podemos observar y mostrar nuestro respeto ante el pequeño altar de homenaje que los vecinos erigieron hace una semana a los 6 jóvenes del barrio asesinados por el ejercito israelí. Las calles rebosan de carteles con fotografías, donde se les califica de mártires. La información que nosotros tenemos es que sólo dos de ellos eran militantes armados, mientras que los cuatro restantes simplemente pasaban por allí. Si esto no es una guerra, me gustaría saber qué es una guerra. ¿Tan importantes son los uniformes y la jerarquía castrense, o vamos a darnos cuenta de una vez por todas de que lo que esta sucediendo en Palestina no es más que la guerra de aniquilación de un pueblo?
En esta dirección ha irrumpido en la organizacion un debate sobre la no violencia. El lunes, apenas media hora después de romper la puerta del muro en Nazzit-Essa y según nos acercabamos a Zeita, el pueblo en el que hemos pasado la noche, algunos palestinos intentaron forzar otra de las puertas. En esta occasión, los soldados respondieron inmediatamente con botes de gas y bombas de sonido. Hubo algunos momentos de confusión y los niños del pueblo comenzaron a lanzar piedras contra los soldados. Alguno de los coordinadores internacionales, palestinos por mas señas, y dos de los brigadistas, se unieron a los niños. Finalmente el grupo decidió abandonar el lugar: era imposible abrir la puerta, y continuar respondiendo a pedradas habría puesto en peligro a un gran grupo de niños. Después de la cena, en nuestra asamblea diaria de evaluación, algunos de los brigadistas consideraron que los miembros de la organización que habían tirado piedras estaban violando los principios del ISM al responder de forma violenta al ejercito israelí, ya que nos definimos por la no violencia. La discusión se alargó hasta las dos de la mañana y fue realmente productiva.
Algunos brigadistas han propuesto que los dos palestinos que tiraron piedras a los soldados abandonen la marcha, puesto que su comportamiento pone en peligro al resto del grupo. Otros, en cambio, comprendemos sus argumentos y entendemos que, en ciertas ocasiones, su carácter de palestinos está por encima de su carácter de pacifistas. Llevan toda la vida tirando piedras. Nadie puede, y menos desde el exterior, negarle a un palestino el derecho a resistir a la ocupación tirando piedras. Así se gestó el éxito de la primera Intifada y de ese modo llevan más de 20 años poniéndoselo difícil a los soldados que entran en sus pueblos y a los bulldozers que derriban sus casas.
Por mi parte, no estoy aquí para tirar piedras. Además, no sabría hacerlo. Hoy mismo he visto cómo tres jóvenes eran capaces de hacer retroceder a un jeep, en el que viajaban tres soldados, con un método tan aparentemente sencillo como ése. Se necesita una fuerza y una experiencia que ninguno de nosotros tiene. Aquí, todos lo hacen porque todos, absolutamente todos, han perdido algún familiar bajo las balas israelíes. La mayoría conoce las cárceles israelíes. A todos les han pegado una paliza. Todos han visto a su padre humillado ante los soldados en un registro domiciliario o en los controles israelíes que deben atravesar diariamente para a ir trabajar, a la escuela, al médico o a visitar a un amigo. Y ése tipo de cosas no se perdona con facilidad.
Sin embargo, los palestinos que nos acompañan han decidido bajarse del tren de la violencia y protestan desde el pacifismo. Pero el relativismo de cualquier categoría tiene que servirnos para comprender que el concepto de violencia resulta muy relativo en determinadas circunstancias, como la ocupación militar y la construcción del muro. Los que se empeñan desde un pretendido moralismo en considerar que la violencia es violencia sin matices, no han visto nunca cómo se aniquila a un pueblo. Quienes piensan que la resolución del problema palestino está estancada por culpa de los militantes de Hamas y la Yihad no han visto nunca cómo los colonos judíos atacan a las mujeres y niños que recogen aceitunas en sus tierras; ni cómo un imberbe soldado ruso de 18 años, que ni siquiera habla hebreo o árabe, humilla a un grupo de campesinos haciéndolos esperar durante 10 horas con 40 grados a la sombra para poder pasar al mercado; ni conoce la pobreza en la que el ejército israelí deja a cientos de familias mediante la construcción del muro. La violencia se ejerce tanto cuando se derriba una casa como cada día que pasa sin resarcir el dolor y el perjuicio causados.
Y precisamente para romper esa perversa espiral de la violencia en la que palestinos e israelíes viven desde hace demasiado tiempo, nosotros protestamos contra el muro de modo pacífico. Ayer fue la primera vez en dos años que alguno de los miembros de la organizacion tiró piedras. Y ya hemos decidido que no volveremos a hacerlo. Pero también hemos decidido que no deben ser expulsados de la marcha.
Sin ir más lejos, esta mañana, cuando gritábamos con una pancarta frente a una de las puertas del muro, en los alrededores de Tulkarem, el ejército israelí nos ha reprimido sin provocación previa. Y han vuelto a ser las piedras las que nos han permitido alejarnos de la situación. Después de apenas cinco minutos de protesta ante la puerta, los soldados han llegado en dos jeeps. Han pedido un negociador y nos han dicho que nos fuésemos inmediatamente. No estabamos en situación de intentar romper la puerta, así que decidimos hacerles caso. Pero, mientras retrocedíamos lentamente, comenzaron con los gases. Nos tiraron al menos siete bombas de gas lacrimógeno antes de que perdiera la cuenta. Un fotógrafo palestino resultó herido en la cabeza al recibir el impacto de una bomba de gas. Nunca pense que comerme una cebolla cruda fuese a causarme tanto placer.
Romper una de las puertas del muro puede parecer inútil, puede parecer una provocación, también puede parecer un comportamiento infantil. Se equivoca quien lo afirme. El muro es ilegal. Así lo han considerado tanto la Corte Suprema israelí como el Tribunal Internacional de Justicia de La Haya. Cada día que una de esas puertas permanece cerrada, hay una familia campesina que pierde el derecho a trabajar su tierra, una joven pareja de novios de dos pueblos diferentes que no puede encontrarse o un niño que no puede ir a la escuela. No puede calificarse como violento un acto que surge como respuesta a una violencia infinitamente mayor. La marcha continuará desobeciendo las recomendaciones que el ejército israelí nos transmite para velar por nuestra seguridad. En Yayús o en Calquilia, romperemos controles, vallas y puertas. Y seguiremos respirando gases lacrimógenos. No van a ser capaces de parar la marcha con unos cuantos botes de humo. Esperemos, simplemente, que no disparen con fuego real.

Brigadista en Palestina (VIII): El gueto de Calquilia
Alberto Arce Palestina, 7 de Agosto de 2004.
Publicado originalmente en La Insignia.

«No necesitamos prisiones en Calquilia porque todos sus habitantes somos prisioneros de Israel.» Cuarenta y cinco mil personas encerradas de por vida en una prisión de 14 kilómetros cuadrados. Un país pretendidamente civilizado se permite construir un muro que rodea completamente una ciudad del tamaño de Teruel y que ofrece un aspecto realmente sobrecogedor. ¿Cómo puede encerrarse una ciudad dentro de un muro de cemento de 8 metros de altura?
Nadie ha hecho nada por evitarlo, ni durante el año que duró su construcción (de junio del 2002 a junio del 2003) ni durante el largo año que lleva construido. De nada sirven a sus habitantes las declaraciones de la Asamblea General de las Naciones Unidas y las sentencias del Tribunal Internacional de Justicia si ningún Estado ni organización internacional pone los medios materiales para forzar a Israel a derribar el muro de la vergüenza. Varios años de intifada, varios miles de muertos. La gente está cansada. Las fuerzas comienzan a fallar.
No fue fácil entrar en Calquilia. Unos kilómetros antes de enfilar la carretera que da acceso al DCO (control) que regula todos los movimientos de entrada y salida de la ciudad, cinco jeeps del ejército israelí y un par de coches de policía comenzaron a escoltarnos. Sus exigencias eran dos: que no entrásemos en la ciudad manifestándonos y que todos nosotros llevásemos nuestros pasaportes en alto. No accedimos a ninguna de las dos peticiones, así que el ejército empezó a apretar el cerco en torno al grupo según nos aproximábamos a la barrera. Caminar mientras varias de decenas de soldados israelíes nos rodean y apuntan con sus armas no es demasiado cómodo. Hay que medir todos los movimientos. Si se ponen nerviosos podríamos correr algún riesgo.
Una de las palestinas que nos acompana, Howaida, pertenece a la minoría árabe cuyas poblaciones se han quedado dentro del Estado de Israel, así que viaja con documentación israelí. Decidimos no aceptar la petición de los soldados porque consideramos humillante que una palestina deba mostrar una identificación del ejército ocupante para entrar con libertad en una ciudad de su país. Está claro que quieren detener a algunos de los palestinos que nos acompañan. Nos agarramos fuertemente entre nosotros y nos dirigimos finalmente hacia la puerta. Hay dos momentos de tensión. El adolescente que viene conmigo es retenido. Niklas y yo nos abrazamos a él y el resto del grupo se abraza a nosotros. De este modo no pueden llevárselo sin romper el grupo y detener también a algún brigadista. En el caso de Howaida las cosas se pusieron más complicadas. La agarraron de un brazo mientras que del otro lado 30 personas formábamos una cadena humana que el ejército no pudiese romper. Así estuvimos al menos media hora. Enganchados por los brazos y sentados en el suelo mientras los soldados nos apuntaban y la policía trataba de separar a alguien del grupo para llevárselo camino de la deportación (por cierto, ayer han deportado desde el aeropuerto de Tel Aviv a una italiana que venía a unirse al grupo). Primera victoria. No siempre hay que acceder a las peticiones del ejército.
Finalmente los soldados decidieron dejarnos pasar sin arrestar a Howaida. Tendrían que haber detenido a unos cuantos brigadistas con ella para lograrlo. No quieren problemas por el momento, no quieren publicidad. De todas formas, cada día nos persiguen de modos más evidentes. Los tenemos pegados a nosotros allá donde vamos. Los soldados incluso nos saludan porque desde hace tres días nos rodea el mismo grupo, pero eso no evita que nos fotografíen uno a uno con el mayor descaro.
En Calquilia hemos conocido a Hassan Abú Alí, que nos aloja en su casa. Hasta hace un año era el propietario del mayor supermercado de Calquilia. Estaba situado en la entrada de la ciudad y tenia también una cafetería y un taller de automóviles en la misma manzana. Esta mañana nos ha levantado a Adam, Niklas y a mí a las 6.30 de la mañana y nos ha llevado a la puerta que comunica los terrenos de los agricultores que aún no han sido confiscados y el nucleo urbano. El espectáculo es dantesco. Una larga fila de palestinos de todas las edades espera a que los soldados les abran la puerta. Hoy han tenido suerte. Nuestra presencia, armados de cámaras que no paramos de utilizar, consigue que los cinco adolescentes que controlan el tránsito se sientan avergonzados y traten con especial delicadeza a quienes esperan para pasar. Aun así el patetismo de su comportamiento nos indigna y la impotencia nos llena de rabia. Uno a uno, los campesinos que quieren pasar a trabajar su tierra son registrados por los soldados.
Hay que explicar cómo funciona el sistema que comunica las casas con los terrenos a través de las puertas en el muro. Cada campesino o granjero cuyos terrenos se han quedado aislados tras del muro tiene dos opciones: la primera es renunciar definitivamente a su tierra e irse del pueblo; la segunda, aceptar que el ejército israelí expida un permiso de utilización de la tierra. Estos permisos se renuevan cada tres meses y son los que permiten atravesar las puertas en su limitado horario de apertura (de 7 a 7.30 de la mañana y de 17.00 a 17.30 de la tarde). Quien no pase en ese intervalo no puede hacerlo hasta el día siguiente. Los palestinos ya no pueden ni siquiera elegir su horario de trabajo, como nos explica Hassan Abú Alí. Estos permisos no son más que una confiscación de facto. El ejército de Israel no autoriza su renovación aduciendo los eternas excusas relativas a la seguridad y el campesino se ve privado de acceder a su tierra. Después de un mes, la cosecha está perdida. Y después de dos años, de acuerdo a las leyes de la ocupación, la tierra es declarada abandonada y entregada a un colono judío que, recién llegado de cualquier parte del mundo, continuará con la puesta en práctica de la ideología sionista: ésta es la tierra que Dios nos otorgó en las sagradas escrituras y estamos aquí para cumplir su voluntad. Esos mismos colonos construyen asentamientos alrededor de las ciudades y pueblos palestinos y el ejército e Israel les protege. ¿De quién? De aquellos a quienes previamente han desposeído de todo, de aquellos que no pueden más que mirar con rabia y odio cuando un extraño ocupa la tierra que su familia había trabajado durante generaciones.
Se encierra a cuarenta y cinco mil seres humanos dentro de un muro. Se confisca su tierra, se les niega la libertad de movimientos en su propio país y se les rodea de colonos hostiles que, armados hasta los dientes, afirman estar allí por orden de Dios. ¿Qué respuesta cabrá esperar de los palestinos cuando el cansancio se transforme nuevamente en odio?

Brigadista en Palestina (IX): Encerrados tras el muro
Alberto Arce Palestina, 13 de Agosto de 2004.
Publicado originalmente en La Insignia.

Tras diez días en Cisjordania estamos presenciando algunos cambios significativos en las reacciones del ejército y la polícia ante nuestra marcha. Hasta ahora todo transcurría con cierta tranquilidad. A lo largo del camino entre Jenín y Calquilia las obras del muro ya están finalizadas y por ese motivo no representábamos una amenaza demasiado seria para Israel; ni nosotros podíamos desarrollar acciones más atrevidas que atacar las puertas del muro, movimiento fácilmente desarticulable con unos cuantos gases lacrimógenos, ni los habitantes de las poblaciones por las que pasábamos tenían demasiadas ganas de complicarse la vida. Una vez encerrados tras el muro es bien poco lo que pueden resistir. La sensación de derrota que transmiten algunas poblaciones palestinas es tan frustrante que casi todos hemos pensado en algun momento en tirar la toalla y abandonar la marcha para no crear a esta gente más problemas de los que ya tiene y no sabe cómo solucionar. El sistema es perverso: se construye el muro, encerrando totalmente a la población, que queda a merced de la voluntad del ejército para atravesar la puerta que les comunica con el exterior; si ellos deciden aprovechar muestra presencia para realizar algún tipo de protesta contra el muro o la ocupación, la represalia militar puede consistir en cerrar la puerta durante un día, un mes o tres meses y aislar totalmente del mundo exterior a la población.
Pero a medida que nos adentramos en el centro de Cisjordania y nos acercamos a poblaciones que aún no han sido encerradas, las obras de construcción del muro son el objetivo a batir. En el control de entrada a Saniriya comenzaron los problemas. Al menos 200 habitantes del pueblo esperaban para unirse a nuestra marcha. Nos contaron que llevaban varias horas esperándonos y que el ejército ya había intentado dispersarlos -con poco éxito- en un par de ocasiones. Además había al menos 20 palestinos que llevaban retenidos al menos un día y medio bajo los olivos que rodean el pueblo. Decidimos, de acuerdo con los líderes locales, sentarnos y bloquear el tránsito al menos hasta que se liberase a los retenidos. Y así comienza el juego. Nos dan cinco minutos para irnos, no aceptamos sus exigencias y comienzan los forcejeos. Tras varios intentos, el ejército consigue llevarse a uno de los brigadistas, al más expuesto. Carl, un estadounidense de 23 años, nuestro negociador en esa acción, era el único que estaba separado del grupo. Tras arrojarlo como si de un bulto se tratase en la parte trasera de un jeep, todos pudimos ver con claridad cómo era golpeado con insistencia por los soldados. Finalmente se lo llevaron detenido al asentamiento de Ariel. Pero ante la imposibilidad de practicar mas detenciones sin un uso desproporcionado de la fuerza, finalmente accedieron a liberar a las personas que llevaban 36 horas detenidas a cambio de que nos marcháramos. Dicho y hecho.
Al dia siguiente, en Masha, el ejército intentó deternos de nuevo. Estamos acostumbrados a llevar al menos tres jeeps pegados a nuestras espaldas y ya no nos extrañamos. Nos acercábamos a la entrada del pueblo para conocer de cerca uno de los ejemplos más violentos de la construcción del muro: una familia vive encajonada entre el muro y las paredes de un asentamiento israelí. Sólo pueden salir de su casa cuando los soldados se lo permiten, lo que sucede en muchas menos ocasiones de lo que sería necesario para desarrollar una vida normal. Está claro que no querían testigos y decidieron pararnos. La misma cantinela. Forcejeos, soldados nerviosos intentando separar a gente del grupo y brazos y piernas fuertemente encadenados. No tienen nada que hacer contra nosotros mientras nos mantengamos unidos.

En Rafah la situación fue aún más violenta. Al llegar a la salida del pueblo, los soldados intentaron detenernos. Es el primer pueblo en el que las obras de construcción del muro se encuentran en fase preliminar y sus habitantes aún luchan con encono contra las excavadoras israelíes. Decidimos acompañarles a lo largo del sendero por el que transcurrirá esa vergüenza dentro un par de meses. Es campo abierto. Para que se hagan una idea, se parece a un camino forestal de unos 100 metros de ancho. Puede comprobarse fácilmente el rastro de destrucción que implica abrir el sendero del muro. Casas derruidas por la mitad, cientos de olivos cortados y ante todos el incesante ruido de las caterpillar suministradas por Estados Unidos. Esta vez tenemos 10 minutos para irnos y no les hacemos caso. Los soldados forman una línea frente a nosotros y nosotros formamos una línea frente a ellos. Volvemos a salir indemnes y sin bajas. En terrenos abiertos no pueden pararnos a menos que usen fuego real. Y es poco probable que se arriesguen a disparar contra un grupo tan numeroso de brigadistas. Aunque la policía y los soldados intenten detenernos, no lo logran y nos animan con ello a seguir adelante.

Es importante señalar que la marcha cuenta con una importante presencia israelí. Miembros de organizaciones anarquistas israelíes asi como de «Rabinos por la paz» y los pacifistas de «Gus Salom» entran y salen continuamente de la misma. Su presencia es útil por varios motivos: el primero radica en la importancia que tiene para los palestinos poder observar que la israelí no es una sociedad tan monolítica. El segundo consiste en la facilidad con la que los israelíes negocian con su propio ejército. Conocen las leyes, hablan hebreo y el ejército no se atreve por el momento a ensañarse demasiado con ellos. Sabe que el día que un israelí resulte herido, la marcha saltará a sus medios comunicacion y no pueden permitirse que eso suceda porque su ejemplo podría resultar gravemente pernicioso.

A medida que nos adentremos en la región de Ramala y nos aproximemos a Jerusalén, la situación se repetirá una y otra vez. Nos preguntamos si el ejército intentará detener definitivamente la marcha, y en tal caso, cuándo lo hará. Es evidente que pueden hacerlo. Sólo tienen que enviar a 100 soldados preparados para arrestarnos a todos. Y no sería la primera vez que arrestan y deportan a un gran número de brigadistas extranjeros.

Nuestra llegada a Budrus ha servido para reanimar tanto la marcha -tras las dudas sobre su utilidad que nos asaltaron en Calquilia- como a sus habitantes, que se han visto respaldados para recorrer nuevamente el sendero a través del cual se construye el muro. Budrus es una de las poblaciones que ha conseguido modificar el trazado del muro hasta hacerlo retroceder a la línea verde (frontera internacionalmente acordada entre Palestina e Israel tras la guerra de 1967). Es uno de los pocos pueblos que ha conseguido, ejerciendo su derecho de resistencia no violenta, no perder ni un solo donom de tierra (el donom es la medida palestina para la tierra y equivale aproximadamente a un cuarto de hectárea). El oeste de Ramala es uno de los puntos calientes del conflicto. Desde hace algunas horas los disparos suenan sin cesar, y por primera vez he visto militantes de Hamas en las calles. A tan sólo unos metros desde donde escribo he tenido un encuentro con ellos que ha resultado un tanto sorprendente. Tres hombres que portaban banderas de Hamas a sus espaldas y pañuelos verdes en la frente han venido corriendo hacia mí. Como no entiendo árabe no tengo ni la menor idea de lo que me decían. Han repartido unas octavillas y han desaparecido tan rápido como aparecieron. Supongo que tendrán que ver con el atentado suicida que ha tenido lugar hace apenas unas horas en el control israelí de Calandia. Espero que alguien me las traduzca, porque tenemos que atravesar ese control dentro de unos días.

Brigadista en Palestina (X): Un ejemplo de resistencia pacífica
Alberto Arce Palestina, 14 de Agosto de 2004.
Publicado originalmente en La Insignia.

El ejército de Israel no esta capacitado para conseguir la paz; ni siquiera puede garantizar una aceptable convivencia diaria con los palestinos, a los que mantiene encerrados en el gueto. Nuestra llegada a Butrus, un pueblo combativo que ha conseguido que el muro retroceda hasta la línea verde, no fue bien aceptada por el ejército; una vez mas, nos demostró que prefiere crear problemas antes que solucionarlos.

Normalmente nos reciben en el patio de la escuela local. Allí, los líderes de la comunidad nos saludan y nos relatan la situación de sus habitantes. Ayer, mientras escuchábamos sus discursos, algunos sebab se dirigieron a los brigadistas que estabamos más cerca de la puerta y nos pidieron insistentemente que nos fuéramos con ellos. Estamos acostumbrados a que en estas situaciones no quieran más que posar ante nuestras cámaras y tendemos a escapar de las multitudes de niños que nos persiguen a todas partes. Pero uno de ellos pronunció una palabra que todos conocemos, «yehud» (israelí), mientras con sus manos representaba una metralleta. De inmediato, cinco de nosotros salimos corriendo en la dirección que señalaban los muchachos y nos vimos rodeados de soldados. Al menos diez de ellos habían tomado posiciones a unos cinco metros de la puerta de la escuela, y detenido a un niño en nuestras propias narices.

En estas situaciones hay que ser precavido, porque los soldados se protegen fuertemente cuando practican detenciones; saben que pueden recibir una lluvia de piedras en cualquier momento. De todos modos, si se siguen algunas reglas básicas para quitar hierro, como caminar despacio gritando que somos brigadistas, con los brazos en cruz y el pasaporte visible, normalmente es posible acercarse a ellos. Al conocer lo sucedido, nos organizamos para la acción y decidimos que dos de los israelíes que nos acompañan hicieran las veces de interlocutores con el oficial de la patrulla. Mientras tanto, una chica debía acercarse al niño para explicarle que estábamos allí y que no pensábamos permitir que lo maltrataran, y otras dos personas debían dar vueltas en torno al jeep y mantener el contacto con el resto del grupo y los habitantes del pueblo.

Para quien no se haya visto rodeado de soldados que apuntan con sus M-16, una situación como esta puede parecer extremadamente peligrosa. Lo es, pero si se sabe actuar y abrir una negociación, es fácil percibir que ellos están tan asustados como nosotros. El primer paso consiste siempre en identificarse y explicar que sólo buscamos informarnos sobre lo sucedido. En este caso, y una vez ganada la confianza de los militares, había que acercarse al niño y estar junto a él para evitar una posible agresión. Las palizas a los niños acusados de tirar piedras son habituales. Si finalmente son detenidos puede esperarles un año de detención administrativa, sin derecho a asitencia legal ni a juicio. Por tanto, es muy importante conseguir algún tipo de compromiso que devuelva al niño al pueblo antes de que se lo lleven.

La imagen del pequeño Tarek maniatado y con los ojos vendados en la parte de atras del jeep es algo que difícilmente puede olvidarse. El niño tiembla y pregunta contínuamente qué está pasando. Suda y pide agua: los soldados se la niegan. Los activistas israelíes utilizan sus teléfonos móviles para llamar a organizaciones de derechos humanos que puedan realizar un seguimiento de la situación. Los soldados acusan al niño de tirar piedras. Nosotros intentamos explicarles que el niño estaba participando en una protesta no violenta y que garantizamos que la acusación es falsa y que hemos estado con él en todo momento. Pero se trata de la palabra de los soldados contra la nuestra y no hay nada que hacer; se niegan a identificarlo y nos avisan de que están esperando órdenes del puesto central para llevárselo a un centro de detención. Logramos conseguir la afiliación del chico, que nos da su nombre, su edad (14 años) y repite de forma insistente que no ha tirado ninguna piedra y que está muy asustado.
Sin embargo, los soldados nos ofrecen un primer trato: mantendrán al niño detenido para asegurarse de que no serán atacados por los «sebab» durante nuestra estancia en el pueblo. Es inaceptable. Entonces toman un rehén más y decidimos dar un paso adelante y aumentar la presión. Pedimos que se forme una línea de 15 brigadistas en torno al jeep y una segunda línea de jóvenes locales a varios metros de distancia. Ahora, alrededor de trescientas personas rodean a los quince soldados que retienen al chico. Nuestra contraoferta es la siguiente: nos llevamos al niño con nosotros y damos orden de disolver el grupo. Si intentan llevárselo, tendrán que detener a los brigadistas. Además, les avisamos de que sólo podremos contener a los amigos del niño unos diez minutos y subrayamos que, a partir de determinado momento, ningún brigadista podrá garantizar que el jeep no sea atacado.

La amenaza parece surtir un efecto mucho más inmediato que la negociación. Los soldados son conscientes de que han cometido un error al pretender llevarse a un niño en nuestras propias narices. Finalmente deciden soltarlo cuando se percatan de que los brigadistas no vamos a permitir que el jeep se vaya y de que el pueblo entero está esperando a nosotros nos retiremos para atacar.

Una hora de escalada y tensión controladas. Un ejemplo de resistencia pacífica de todo un pueblo que frente a una patrulla de soldados provistos de metralletas, gases lacrimógenos y bombas de sonido, sólo puede utilizar piedras y su presencia física. Otra victoria del pueblo de Budrus ante la ocupación israelí.

Brigadista en Palestina (XI): Venezolanos en Palestina
Alberto Arce Palestina, 15 de Agosto de 2004.
Publicado originalmente en La Insignia.

Los hispanohablantes de la marcha nos encontramos con una agradable e interesante sorpresa a nuestra llegada a Deir Balut. En este pueblo palestino de aproximadamente 4000 habitantes, desde el que se divisa sin problemas Tel Aviv y el mar Mediterráneo, nos encontramos con un grupo de personas que habla español. Son miembros de una familia que emigró a Venezuela en la década de 1970 y decidió volver a su lugar de origen a raíz de los acuerdos de Oslo. La esperanza que el pueblo palestino depositó en aquellos intentos por construir la paz se vio reflejada en el período que transcurre entre mediados de la década de los noventa y el comienzo de la segunda intifada en el año 2000.
Su historia es especialmente trágica. A priori, podría parecer que tener un pasaporte venezolano debería ayudar a tener espacios de libertad algo más amplios que los del resto de los palestinos. Nada más lejos de la realidad. Veamos cuál es su situación: Un padre de familia regresa a su tierra después de 20 años. En principio, dispone de ahorros suficientes para construir una casa y abrir un pequeño negocio. Con el tiempo, nuevos hijos se unen a la familia, pero el gobierno de Tel Aviv comienza a bloquear el tránsito de palestinos por las carreteras de su territorio y a imposibilitar su entrada en Israel. La segunda intifada supuso el comienzo del encierro en guetos de gran parte de la población. La construcción del muro dificultó aún más la posibilidad de que los habitantes de los territorios ocupados accediesen a Israel, único lugar donde queda algún puesto de trabajo.

Las personas con pasaportes extranjeros sólo tienen visados para permanecer en Israel durante períodos muy limitados. Cuando caducan los visados, y especialmente en el caso de estos palestinos, la amenaza de ser deportados es absolutamente materializable. Sobre todo si se tiene en cuenta que, si quisieran salir del pueblo, deberían mostrar su documentación a los soldados que custodian el control que cierra la única carretera de acceso.

Desde que comenzó la intifada, la crisis económica ahoga Palestina y la gran mayoría de los negocios se han visto obligados a cerrar. El índice de desempleo ha aumentado hasta alcanzar niveles de un país del tercer mundo. En algunas regiones nos encontramos con un 75% de parados. Cuando sobrevivir dentro de los territorios ocupados resulta imposible y se cierran las carreteras utilizadas por los palestinos para acceder a trabajar a Israel, la única posibilidad de supervivencia es la ilegalidad.

Hemos presenciado cómo los hombres en edad de trabajar tienen que salir a buscar empleo como inmigrantes ilegales en Israel, sin otro modo de conseguirlo que burlando los controles del ejército: es decir, caminando y escondiéndose como alimañas durante la noche. Grupos de hombres que recorren trayectos de entre tres y ocho horas por las montañas y los campos para conseguir llegar a alguna ciudad israelí en la que ganarse unos shekels con los que alimentar a sus familias. Uno de ellos lleva tres días intentándolo, pero las fronteras están absolutamente impermeabilizadas desde que se produjo un ataque a una colonia judía de la región. Nadie puede pasar. Si alguien se adentra apenas un kilómetro en los valles que rodean al pueblo, podrá ver a grupos de palestinos que duermen y esperan al aire libre con poca agua y menos comida. Cuando finalmente consiguen entrar a trabajar, no tienen más remedio que permanecer allí durante largos períodos de tiempo, porque no es un trayecto que se pueda hacer a menudo. La situación resultante se resume en que trabajan jornadas completas de 12 o 14 horas, siete días a la semana y durante varios meses seguidos. Incluso duermen en las fábricas, los parques o los olivares donde los explotan.

El gobierno de Israel conoce perfectamente esta realidad y la mantiene. De este modo, se suministra mano de obra prácticamente gratuita y, al mismo tiempo, se le da una nueva vuelta de tuerca a la presión con la que se somete al pueblo palestino. Estos caminantes nocturnos saben que en el momento en que sean detenidos serán deportados de inmediato. Los que tienen pasaportes extranjeros (como los venezolanos que comentaba) serán enviados a 10.000 kilómetros de sus familias y perderán la posibilidad de mantenerlas. Es importante saber que cada uno de estos padres de familia tienen una media de 5 hijos a los que dejaría en la indigencia si llegara a ser detenido. Los demás, los que logren salvarse de la deportación, se convertirán en refugiados dentro de su propio país tras pasar una buena temporada en prisión. Balata, Jenín, Nablus, son un ejemplo de los campos de refugiados interiores que se extienden a lo largo de toda Palestina. Todo palestino que abandone la ciudad o el pueblo en el que Israel le ha encerrado pierde la posibilidad de regresar a su casa y a su tierra. Además, cualquier casa o terreno que permanezca inutilizado durante dos años, es expropiado y destruido por el ejército o bien entregado a colonos judíos recién llegados.

En el caso de la familia que nos ha acogido, dos de los hermanos ya han sido deportados a Venezuela. Tendrán que pasar al menos diez años antes de que puedan reencontrarse con su familia y perderán todo su derecho a recuperar sus propiedades. Otro de los hermanos aún esta en edad escolar y no trabaja; en cuanto a la hermana restante, trabaja en un asentamiento israelí cosiendo ropa para empresas que tratan a los palestinos como mano de obra prisionera. Los dos hijos, más pequeños, ni siquiera tienen ningún tipo de documentación porque nacieron después del comienzo de la intifada y la ocupación israelí. La Autoridad Nacional Palestina no tiene capacidad para emitir documentación que el Israel reconozca como válida. Además, Israel se niega a identificar a los niños y el reconocimiento de su nacionalidad venezolana es absolutamente imposible en la situación actual: su padre, que se encuentra en situación de ilegalidad, debería viajar con ellos hasta la embajada de su país en Tel Aviv y tendría que atravesar seis controles de carreteras y arriesgarse a una detención segura.

Sin embargo, la esperanza no se pierde. Iyad, el hermano de 17 años, llora y mira hacia la frontera con Israel mientras me dice que tiene que salir de aquí. Lleva cinco años encerrado en el pueblo, aunque afortunadamente la localidad no se ha visto privada de escuela por la construcción del muro, a diferencia de otras, y puede estudiar. El año que vienen cuando llegue la hora de ir a la universidad, sabe que tendrá que olvidarse de todo porque tampoco se les permite asistir a sus propias universidades. Desde que sus padres lo trajeron a una tierra que entonces vivía en paz, su situación no ha hecho más que empeorar. Ahora sólo sueña con la forma de entregarse al ejército israelí para ser deportado sin que su familia sufra represalias, aun siendo consciente de que podría no volver a verlos nunca más.

Su tía está embarazada de nueve meses y probablemente hoy o mañana o pasado tenga que dar a luz , sin asistencia médica, en un pueblo en el que no aparece ningún medico desde hace un par de años. Según me cuentan, las mujeres que tratan de acceder en ambulancia a algún hospital del otro lado del muro son retenidas en los controles del ejército hasta dar a luz en la carretera, e incluso algunas han muerto.

Al cabo de un rato, me ruegan que les envíe desde España algún cassette de Enrique Iglesias para que las tardes no se hagan tan eternas, pero sé que hasta eso es imposible: Israel tampoco permite ni la entrada ni la salida de correo de los pueblos ocupados. Y mientras tanto, el mundo mira hacia otro lado y se limita a acusar a esta gente de apoyar el terrorismo. ¿Cuánta vergüenza nos queda por perder? ¿Cuándo vamos a quitarnos la venda de los ojos?

Brigadista en Palestina (XII): Camino de Calandia
Alberto Arce Palestina, 17 de Agosto de 2004.
Publicado originalmente en La Insignia.

La marcha por la libertad, que desde finales de julio ha recorrido casi completamente los 180 km. ya construidos del muro con el que Israel aprisiona a los palestinos de los territorios ocupados, se acerca a su fin. Desde su comienzo en Jenín y a lo largo de nuestro paso por Tulkarem, Calquilia, Yayus, Kafer Yamal, Budrus y Bidu, han sido cientos las historias que hemos escuchado, miles las fotografías que hemos sacado e infinitas las sensaciones de rabia e impotencia que nos embargan cuando se aproxima la hora de llegar a Jerusalén y concluir esta campaña.
Es mas, la mayoría hemos estado a punto de abandonar la marcha en varias ocasiones. Para muchos de nosotros, la sensación agria que provoca la impotencia nublaba demasiadas veces el sentido político de largo plazo con el que había sido planeada la marcha. El ISM es una organización de acción directa que lucha contra la ocupación Israeli de Gaza y Cisjordania. Es conocido internacionalmente por ser responsable de acciones contundentes y eficaces contra algunos de los ejemplos más evidentemente violentos del comportamiento israelí. Son de sobra conocidas las fotografías en las que los brigadistas paran excavadoras frente a casas a punto de ser demolidas o acompañan ambulancias que, de otro modo, serían retenidas. Es sabido tambien que, en determinadas ocasiones, se han destrozado controles de carretera y se ha llegado a cortar la propia valla del muro en acciones colectivas que son siempre arriesgadas.

En cambio, la marcha por la libertad en la que estamos participando a lo largo de este mes se esta caracterizando por la ausencia de acción directa contra la ocupación y por el intento de potenciar o reforzar un nuevo modo de resistencia contra Israel: una resistencia pacífica que pueda recomponer la unidad de las diversas fuerzas políticas actualmente enfrentadas. El ISM es una organización con un mensaje político novedoso en el panorama político palestino. Pero para muchos de los habitantes de los territorios no es más que una lejana referencia en la prensa a unos cuantos locos extranjeros que vienen a jugarse el pellejo por una temporada en su país. Hasta ahora el ISM era una organización que funcionaba en grupos de afinidad de entre 5 y 12 brigadistas que, basados permanentemente en una comunidad, resistían junto a ella con una estructura temporal y geográfica muy limitada. A partir de la marcha por la libertad de este verano es una organización que ha demostrado a las comunidades por las que ha pasado que pueden contar con ella, que dispone de activistas suficientes para dispersarse aún más por el país y que está al servicio de las comunidades locales y no de los deseos de aventura de los activistas internacionales, siempre sospechosos de estar más pendientes de la búsqueda de historias que rellenen sus vacíos vitales que de apoyar coherentemente a la resistencia palestina.

Esta reflexión, fruto de la infinidad de conversaciones mantenidas con varios de los brigadistas que veían cómo se caminaba y caminaba a lo largo del muro sin que se planease ninguna espectacular acción directa, permite tener esperanzas en el futuro. Todos nosotros estábamos entrenados y mentalizados para desarrollarlas y, obviamente, a lo largo del recorrido, las oportunidades han sido abundantes. Cada puerta en el muro, cada control militar, cada bloqueo de carreteras y cada jeep israelí podían haber resultado objeto de sabotajes y no ha sido así. Las ocasiones en las que nos hemos enfrentado con el ejército han sido siempre provocadas por éste, en sus reiterados intentos por detener a algunos activistas y asustar al resto, pero sus esfuerzos han resultado absolutamente inútiles.

El porqué de nuestra inacción es evidente. La segunda intifada ha finalizado. La resistencia, entendida como la acción directa contra el ocupante, ya no ocupa un lugar prioritario en la agenda política de los palestinos. Dejemos de lado a las organizaciones armadas, minoritarias e incapaces de lograr ningún tipo de avance en la situación (aunque respetadas de manera abrumadora por la población). El muro ya ha sido construido. El daño está hecho. La tierra ha sido destruida, los olivos han sido arrancados, la población ha sido encerrada, el territorio ha sido cuarteado. Y más de 3000 palestinos han muerto y siguen muriendo cada día en los últimos y desesperados intentos por demostrar que la lucha continúa. La Autoridad Nacional Palestina (ANP) es un ente administrativo fantasma que en cualquier momento puede desmoronarse incluso más allá de la inactividad e incompetencia actuales. Y frente a este panorama, los brigadistas no podemos viajar a Cisjordania a imponerles a los palestinos nuestros métodos de lucha.

Uno de nuestros principios como brigadistas ha sido siempre el de respetar la decisión de las comunidades que nos alojaban antes de desarrollar cualquier acción. Nunca, y bajo ningún concepto, hemos hecho nada sin el consentimiento de nuestros anfitriones. Y nuestros anfitriones están cansados, derrotados y temerosos. El chantaje y la extorsión diaria que supone la arbitraria apertura o cierre de las puertas del muro y los controles de carretera de los que depende cada población, los mártires que presiden el salón de cada familia y la sensación de abandono y soledad que la comunidad internacional transmite con su inacción tienen efectos muy evidentes.

En estos momentos, la principal regla de comportamiento que sigue gran parte de los palestinos es la de no molestar al ejército ocupante. El temor a las represalias es tan grande que hemos presenciado cómo personas que llevan 20 años luchando nos impedían grafitear un jeep israelí con símbolos pacifistas con la argumentación de que no encontraban ningún sentido político al acto. Hemos visto cómo, en el caso de la detención en nuestras propias narices de un niño que presuntamente tiraba piedras contra los soldados, nos pedían que no elevasemos la tensión (aunque finalmente aceptaron emprender la acción para recuperar al chico). En la mayoría de las poblaciones que hemos visitado, el muro ya está contruido y la única expectativa para los jóvenes es emigrar, escapar de los guetos en los que Israel los mata lentamente. Dicen que volverán, que nunca olvidarán, pero ya han tirado la toalla: el ejemplo de quienes abandonaron en el 48 o en el 67 y continúan como refugiados en Jordania o el Líbano no sirve para atarles a sus cárceles. Poblaciones combativas como Budrus o Bidu, que lograron, luchando, empujar el trazado del muro hasta la línea verde, reconocen ya como única vía de reclamación posible la de los tribunales israelíes, los mismos que no les permiten acceder a su jurisdicción más que a traves de abogados israelíes.

Como brigadistas hemos aprendido mucho en Palestina. Hemos sido testigos de cómo se oprime a un pueblo. Sabemos cómo la propaganda israelí convierte injustamente a las victimas en terroristas. Hemos comprendido también por qué tantos de nuestros compatriotas han decidido «comprar» la versión de los dos demonios para acercarse a este conflicto y minimizar así su esfuerzo por comprender las raíces del enfrentamiento. La equidistancia y la falta de compromiso de la comunidad internacional han llevado a los palestinos a la derrota. Nosotros estamos aquí para ayudar a contrarrestar esa tendencia. Muchas veces nos sentimos derrotados.

Como colofón de la marcha, el día 18 de agosto llegaremos a Ramala. Allí, el presidente palestino, Yaser Arafat, nos recibirá entre los restos de la Mukata. Hace dos días que los 7500 presos palestinos que cumplen condena en las cárceles israelíes han comenzado una huelga de hambre indefinida. Ramala es el centro de las manifestaciones de apoyo, a las que nos sumaremos. Ese mismo día partiremos, a pie, en dirección al control de Calandia, el más importante de los territorios ocupados. En nuestro camino recogeremos los apoyos y, probablemente, la participación de los habitantes del campo de refugiados que se encuentra a las afueras de la ciudad. Atravesar Calandia en manifestación es imposible. No obstante, la mayoría de nosotros se niega a dar marcha atrás y obedecer una vez más al ejército. El debate está abierto. Y en esta ocasión no hay comunidad local que nos frene. Calandia esta en tierra de nadie. Tras Calandia se encuentran Aram, otro control de carreteras, y Jerusalén, destino final de la marcha, en el que sí que llevaremos adelante alguna acción sorpresa. Puede que seamos detenidos en alguno de estos tres lugares, pero a ninguno nos importa. Y esperamos que nadie, salvo los soldados, se interponga en nuestro camino. La suerte responde por cada uno de nosotros.

Brigadista en Palestina (XIII): Toque de queda en Nablús
Alberto Arce Palestina, 19 de Agosto de 2004.
Publicado originalmente en La Insignia.

Desde el lunes hay toque de queda e invasión militar en Nablús. La urgencia de la situación reclama una fuerte presencia de brigadistas en la ciudad y, tras el fin de la marcha, no hemos tenido apenas tiempo para descansar o plantearnos alguna alternativa. Queda pendiente la historia de lo sucedido en Calandia y la evaluación final de la marcha contra el muro.
Esta mañana, un grupo de 13 brigadistas hemos salido de Ramala. Entre Ramala y Nablús hay 42 kilómetros que hemos tardado cuatro horas en recorrer, con cinco cambios de vehículo, dos controles de carretera fijos y otros dos móviles y un buen paseo por las montañas. Teóricamente la ciudad esta cercada y no se puede entrar ni salir, pero con la compañía adecuada todo es posible en Palestina.

Escribo desde Nablús, bajo un toque de queda que dura ya más de cuatro días. Una vez más, el ejército de Israel hace gala de sus exquisitos modales y sentido del humor. La operación que llevan a cabo en estos momentos se denomina «recogida de basura». Buscan militantes de organizaciones de resistencia armada en la ciudad y en sus tres campos de refugiados. Están ocupando casa por casa, comenzando por el barrio antiguo, por donde hoy hemos logrado dar unas cuantas vueltas para hacernos notar e informar a los militares de que estamos aquí para crearles problemas y minimizar, en la medida de lo posible, los efectos de la invasión. Los palestinos calculan que dentro de la ciudad hay al menos 1.500 soldados durante estos días. Entran en todas las casas en las que sospechan que se esconde algún militante, o simplemente para apostarse en ella y controlar los alrededores; cuando se trata del último caso, generalmente mantienen a la familia como rehén, en alguna de las habitaciones, y de ese modo se aseguran de que no serán atacados.

En estos momentos, treinta casas están ocupadas por el ejército israelí. Esta tarde hemos logrado visitar tres de ellas. En la primera, un matrimonio con sus cuatro hijos ha podido salir a la puerta para decirnos que se encontraban bien y que esperaban que los soldados se marcharan en breve porque les habían visto ordenar sus mochilas y hablar repetidamente por la radio; les hemos dejado un teléfono móvil para que avisen de cualquier novedad. En la segunda hemos contemplado a los soldados mientras abandonaban la casa, no sin antes haberse procurado un buen rastro de odio: han roto todos los muebles que han podido e incluso han tenido tiempo de pintar eslóganes sionistas en las paredes de las habitaciones. En la tercera, dos brigadistas (un italiano y un británico) habían sido tomados como rehenes por los soldados varias horas antes, cuando pretendían entrar en la casa acompañando a un equipo médico.

A lo largo de estos cuatro días ha habido cuatro muertos; entre ellos, un niño de ocho años. Se registran también más de treinta heridos por arma de fuego. Más de doscientos cincuenta hombres de entre 16 y 40 años han sido detenidos y se encuentran en estos momentos encerrados en una de las escuelas de la ciudad.

Nablús es una ciudad de 250.000 habitantes. El panorama es desolador. Hay fuego en las esquinas de muchas de las calles. Todo está cerrado y pueden verse los restos de las desiguales batallas entre niños palestinos y soldados israelíes. Los brigadistas vamos a intentar hacernos notar, romper el toque de queda y hacer llegar alimentos y medicinas, en caso de ser necesarios, a las casas ocupadas por el ejército. El castigo colectivo contra una población es ilegal en todos los tratados internacionales, pero Nablús está siendo castigada de forma salvaje y las tropas israelíes actúan con total impunidad. Mientras tanto, nuestros gobiernos callan y nuestras sociedades prefieren volver la mirada, hastiadas de este conflicto, hacia la televisión basura. Justamente lo que Israel pretende con su operación «recogida de basura».

Este toque de queda durará doce días más. Suenan los disparos en Nablús. Me siento impotente.

Brigadista en Palestina (XIV): El control de Calandia
Alberto Arce Palestina, 19 de Agosto de 2004.
Publicado originalmente en La Insignia.

Quedaba pendiente la historia de lo sucedido en Calandia. Estaba previsto que, tras una marcha que se ha caracterizado por su tranquilidad y ausencia de confrontación directa con el ejército ocupante, Calandia se convirtiese en el «momentum» de nuestra presencia en Palestina. Y así ha sido. Calandia ha supuesto una rotunda victoria sobre los israelíes y la posibilidad de que, al menos durante unas horas, los palestinos retomasen localmente su capacidad de resistencia.
Durante dos días, el grupo de activistas preparó todo tipo de posibilidades de confrontación para atravesar el control de carretera más grande de los territorios ocupados. Contábamos con ochenta brigadistas y un número indeterminado de palestinos que se nos unirían a medida que nos acercáramos. El trayecto entre Ramala y Calandia no es largo, apenas tres kilómetros, pero atraviesa un campo de refugiados en el que viven muchas personas que no tienen demasiado que perder y están dispuestas a retar al enemigo a la primera oportunidad. Además, el mismo día que se desarrollaba la acción, estaba prevista una huelga general en Palestina en solidaridad con los presos políticos que permanecen en los campos de detención israelíes.

Nuestras previsiones eran las siguientes: que el ejército tratase de detenernos a bastante distancia del control, que nos esperase directamente en Calandia o que nos dejase pasar para evitarse problemas. Para la primera posibilidad teníamos preparada una estrategia de bloqueo, mediante líneas paralelas de brigadistas que se sentarían en el suelo inmediatamente, dificultando así la detención. Para la segunda, contábamos con un grupo de personas decididas a avanzar hasta llegar al cuerpo a cuerpo. Y para la tercera e hipotética posibilidad de que nos dejasen pasar, habíamos decidido llevar pintura para llenar el control, los jeeps militares y a los propios soldados de pintadas pacifistas. Pretendíamos provocar al ejército para que nos detuviera y nos deportara a todos, como estrategia para atraer la atención mediática hacia la humillación que sufren diariamente los palestinos en este tipo de controles.

Como habíamos previsto, la participación palestina fue multitudinaria. Una jornada de huelga es la mejor circunstancia para cualquier tipo de movilización; pero lo que supone un éxito por una parte, eleva la situación de riesgo por otra. Aunque nosotros siempre hemos intentado evitar que los niños lancen piedras a los soldados durante nuestras manifestaciones, sabíamos que sería un objetivo difícil de conseguir con semejante multitud. Y desde el momento en que tuvimos Calandia a la vista, la lluvia de piedras elevó la tensión hasta límites bastante peligrosos.

La primera línea de brigadistas logró avanzar a través de los controles. Empujones, gritos, culatazos, bombas de sonido, gas lacrimógeno, lo habitual en estas situaciones. Los problemas comenzaron cuando nos dimos cuenta de que, pese a que nosotros ya habíamos pasado, unos 300 niños se enfrentaban al ejército a nuestras espaldas. Los soldados estaban utilizando balas de goma y fuego real contra ellos, así que tuvimos que dar la vuelta, no sin antes decorar profusamente todo el equipamiento militar a nuestro alcance con símbolos pacifistas.

Es sorprendente la frialdad con la que se puede pintar un Hammer israelí mientras un soldado te grita y te apunta con su M-16. Se sienten impotentes y desconcertados ante nuestras acciones. Tienen prohibido disparar a los brigadistas y sabemos que no lo harán, así que se trata simplemente de mirar al soldado a los ojos y decirle: ¿no preferirías tener una vida en paz, con tu novia o novio en la playa, a tener que servir en los territorios ocupados? La batalla psicológica es necesaria. La mayoría de los soldados tiene entre 18 y 23 años y nos ve como sus iguales. Cuando no estamos desarrollando alguna acción, hablan con nosotros, tratan de practicar su inglés y se interesan por nuestros países; incluso es posible que alguno de ellos llore cuando tiene que enfrentarse a los activistas internacionales. Es fácil diferenciar entre los sádicos y los pobres infelices que sólo quieren volver a casa. Muchos de ellos deben comprender que si estamos dispuestos a interponernos entre los palestinos y sus ametralladoras, es que existen poderosas razones que quizás desconozcan.

Situaciones como la vivida en Calandia comportan mucha tensión y un riesgo ciertamente elevado. Pese a estar teóricamente protegidos por nuestros pasaportes, alguno de nosotros ha sentido las balas tan cerca que incluso ha cerrado los puños y se ha tirado al suelo pensando que le habían alcanzado. Y el riesgo no procede únicamente de los soldados: si lo que pretendemos es proteger a los niños del fuego real del ejército, no nos queda más remedio que situarnos de cara a los soldados, a una distancia lo mas corta posible y de espaldas a los chavales; en consecuencia, los brigadistas también quedamos expuestos a recibir pedradas, en general bien escogidas y bien lanzadas.

Mi participación concluyó cuando una piedra me alcanzó en la pierna y me dejó fuera de juego. Inmediatamente, los propios palestinos que la habían tirado corrieron hacia mí para pedirme disculpas, darme un masaje y sacarme de en medio. Después de un buen rato de descanso, y cuando comenzaba a recuperarme de la pedrada, me di cuenta de que el culatazo a la altura de los riñones que me había dado un soldado al atravesar la barrera, también me había hecho bastante daño. Tres días después aún camino con dificultad, y teniendo en cuenta la comprometida situación que se sufre en Nablús, me veré obligado a empaquetar mis cosas y retirarme a Jerusalén. Eso significa volver a caminar por las montañas, cambiar cinco veces de vehículo y contar unas cuantas mentiras a unos cuantos soldados que saben de sobra que miento cuando afirmo ser profesor de español y estar aquí con una organización pacifista que trabaja en los campos de refugiados gestionados por Naciones Unidas.

Estos últimos días han transcurrido con demasiada rapidez. Tras atravesar el control de Calandia, tuvimos que retroceder para evitar que los soldados disparasen contra los niños. Nunca había oído tan de cerca el sonido de una ametralladora. Nunca había contemplado a tan corta distancia la saña con la que un israelí de 18 años puede disparar contra una multitud de chicos que en ningún caso alcanza su edad. Nunca había sido testigo de una lucha tan desigual entre un David que agoniza y un Goliat cada vez mas crecido e inhumano. A pesar de la sorpresa que pueda sentir por la eficacia de los niños frente a los jeeps, las últimas batallas de esta intifada me parecen perdidas de antemano. La única manera de detener esta carnicería es forzar a nuestros gobiernos a oír los gritos de los palestinos. El compromiso y la solidaridad internacional es lo único que puede detener esta injusticia.

Hemos recorrido el territorio, hemos roto puertas en el muro, hemos forzado la apertura del control más grande del país, hemos parado excavadoras. La marcha por la libertad ha concluido. La presencia de activistas internacionales en Palestina, durante este verano, será un hecho lejano dentro de un par de semanas, una anécdota en una conversación que algunos se colgarán como medalla en sus chaquetas de activistas. Los bares de nuestras respectivas ciudades oirán nuestras historias, regadas en mi caso con un buen Fernet y una buena cerveza en Barcelona. Y mientras tanto, alguno de los niños que ahora puedo ver a través de la ventana y que esperan para preguntar mi nombre o pedirme que les saque una fotografía, será asesinado en una nueva operación militar israelí.

Todavía no hemos descansado, ni tenemos ocasión de organizarnos de nuevo, cuando nos avisan de que el ejército ha irrumpido otra vez en el campo de refugiados de Balata. El odio y la impotencia nos nublan cada vez más. De nuevo, toca echarse las mochilas a la espalda. No hay tiempo para pensar.

Brigadista en Palestina (XV): La estrategia del terror
Alberto Arce Palestina, 23 de Agosto de 2004.
Publicado originalmente en La Insignia.

Si no fuera por el sufrimiento que se aprecia en las caras de los palestinos que viven en la ciudad vieja de Nablús e incluso por la detención de tres compañeros, hay aspectos del toque de queda que se parecerían más a una película de los Monthy Pyton, en lo relativo a nuestra vivencia, que a una guerra. Es imposible no sorprenderse por la facilidad con la que los brigadistas nos movemos por la ciudad, molestando a los soldados. Imagínense la escena: treinta extranjeros en grupos de cinco personas que siguen a grupos de soldados que vuelan puertas, irrumpen en casas, interrogan al vecindario, lanzan continuamente bombas de sonido y disparan con fuego real de tanto en tanto para amedrentar, y en algún caso herir gravemente, a los niños que les tiran piedras constantemente.
Y pese a lo sorprendente de nuestra facilidad de movimientos, nunca estamos a salvo. El ejército ha detenido a tres de nuestros compañeros. Se encontraban en la puerta de una casa ocupada. Llevaban un buen rato gritando desde la calle que querían entrar a comprobar a que la familia que los soldados mantenían prisionera se encontraba en buenas condiciones. Tres soldados salieron corriendo de la casa, los agarraron y los arrastraron hacia una de las habitaciones. Franz, de nacionalidad austríaca, Tom, británico, y Uwe, el alemán que, con apenas 19 años, ostenta el título de benjamín de la organización, fueron retenidos durante más de siete horas. Las condiciones de su retención fueron absolutamente ilegales. Esposados con las manos a las espaldas, con una bolsa de cartón cubriéndoles la cabeza e impidiéndoles ver nada de lo que sucedía a su alrededor, permanecieron todo ese tiempo de rodillas, recibiendo insultos y patadas de los soldados, hasta que la policía se hizo cargo de ellos. Tras ser trasladados a la comisaría del asentamiento de Ariel, y en vista de que habían sido seriamente maltratados por el ejército, la decisión del Ministerio de Interior de Israel fue la de ordenar una vista rápida en el centro de deportación del aeropuerto de Tel Aviv para deshacerse de ellos. Cuarenta y ocho horas después de su detención, fueron puestos en libertad. Pero tuvieron que comprometerse a no volver a poner un pie en los territorios ocupados.

Más allá de las circunstancias a las que ya sabemos que nos enfrentamos, como la detención y el maltrato, ha sido un día largo en Nablús. Muy largo. Desde las ocho y media de la mañana hasta la noche, cuando aumenta el nivel de peligrosidad y debemos retirarnos a los tejados donde dormimos, nos hemos dedicado a incordiar y perseguir a los soldados israelíes. Y con ello me refiero a estar presentes en todas y cada una de las casas que han allanado, para comprobar que no se exceden en el abuso que constituye que 15 soldados entren en un hogar, encierren a una familia en una habitación durante cinco horas, y pongan el resto de la casa patas arriba o incluso la vuelen con cargas explosivas, como hemos presenciado en al menos tres ocasiones.

La escena se repite una y otra vez con pocas variaciones. Los soldados, en posiciones de combate, se dedican a pasearse por la ciudad antigua, tan llena de callejones y recovecos como cualquier zoco de cualquier ciudad árabe. De vez en cuando pegan una patada en una puerta y entran a registrar una casa. Saben perfectamente que no van a encontrar nada porque todos sus movimientos tienen mas de repetición y entrenamiento que de intención real de localizar a quien pretendidamente buscan. Está claro que su objetivo se limita única y exclusivamente a mantener una guerra de desgaste psicológico que deje inermes a los palestinos. Cualquier supuesto terrorista a quien buscasen hoy, habría tenido tiempo más que de sobra para escapar. ¿Qué sentido tiene mantener encerrado durante horas a un matrimonio de ochenta años para que quince soldados y un perro registren una casa que no supera los 50 metros cuadrados? Crear el terror. Eso es lo que podemos asegurar quienes estamos presenciando la invasión militar de Nablús. ¿Qué sentido tiene volar con explosivos la sala de estar de una familia para ver si detrás de alguna de las paredes se esconde un zulo? Demostrar quién tiene el poder, humillar y destrozar los nervios de las víctimas. Nada más complejo que eso.

Y lo peor de todo esto es que los soldados justifican este tipo de comportamientos para «frenar el terrorismo suicida», cuando el terrorismo suicida no es más que el fruto de la opresión que Israel siembra en Palestina. Pese a la irónica alusión al cine de los Monthy Pyton, que se refiere expresamente a la extrañeza de que el ejército nos permita presenciar su invasión de la ciudad, la situación es absolutamente trágica. Los niños miran, con odio, cómo se humilla a sus padres. Los padres saben que sus hijos seguirán expuestos a esta situación durante años y los abuelos se preguntan por qué llevan sufriendo todo esto desde 1948. El sometimiento constante de estas ciudades, la aleatoriedad de las represalias, la imprevisibilidad del comportamiento israelí supone una presión psicológica de tal calibre para los miles de jóvenes palestinos sin ninguna expectativa de futuro que, aderezada con una buena dosis de fanatismo religioso, sólo puede conducir al terrorismo.

En realidad, y conociendo la situación, se vuelve imposible no comprender a los luchadores palestinos. Privados de su tierra, privados de su Estado, desprovistos de futuro y sometidos a la humillación y el miedo diarios, es lógico que una pequeña proporción opte por el suicidio. Ya me he encontrado a unos cuantos chicos de mi edad que me han expresado directamente y sin ambages su intención de inmolarse con una bomba en Tel Aviv. Y para entenderlo hay que mirarles a los ojos, hay que comprender su expresión, hay que ver el respeto con el que se refieren a sus compañeros de universidad y sus amigos del barrio y de la infancia, asesinados por el ejército de Israel. En las calles palestinas apenas hay carteles publicitarios. Las imágenes de los mártires apenan dejan espacio para otra cosa. Son tantos los jóvenes que ha perdido cada población, que será difícil desterrar las semillas del odio de su formación o de sus expectativas vitales.

Con comportamientos como el que estamos presenciando en Nablús, el gobierno de Sharón no puede pretender otra cosa que seguir alimentando la cantera del odio de la que se nutre desde hace años su política. No puedo encontrar ningún otro motivo para aplicar un toque de queda y una invasión militar como la que estoy presenciando, a menos que me limite a creer en la estupidez de todos y cada uno de los israelíes que toman las decisiones y la cobardía quienes la conocen y callan. Teóricamente, nuestra presencia como brigadistas debía servir para mostrar al mundo lo que sucede y denunciar la injusticia y el salvajismo de la ocupación. En un principio, cualquiera podría pensar que un ejército que se comporta de ese modo no quiere testigos; pero la experiencia demuestra que se trata de todo lo contrario: el ejército permite que nosotros y las cadenas de televisión del mundo árabe presenciemos la invasión de Nablús para avisar al mundo de lo que están dispuestos a hacer. Ningún atisbo de vergüenza o arrepentimiento, ninguna autocrítica, ningún intento por parte de los soldados de esconderse para disparar a grupos de niños. Lo hacen en nuestras propias narices y se vanaglorian de ello. Y mientras tanto, a nosotros se nos revuelven las tripas y a nuestros gobiernos les importa una mierda que asesinen a otro niño palestino.

He visto a un niño con un tiro en la cabeza. No puedo expresar la sensación de rabia, impotencia y odio que me provoca. No sé cómo explicarlo, no sé cómo olvidarlo ni cómo podría narrarlo a mi regreso a España. Y no he visto nada excepcional. Sucede todos los días. Es la norma, el triste bucle de muerte y más muerte que se retroalimenta a sí mismo. Los últimos estertores de la intifada y el final de esta serie de crónicas desde Palestina, que no han tenido otra intención que contribuir a que se conozca la verdad de lo que aquí sucede. Gracias.

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