Gobernantes, jueces o fiscales, entre otros, son cargos que en una sociedad laica son incompatibles con creencias religiosas dogmáticas. Diciéndolo de otra manera, la toma de decisiones basadas en hechos y datos «reales» es por definición incompatible con dogmas basados en premisas indemostrables (ergo «imaginarias») que se colocan por encima de la ley civil. Las leyes civiles y laicas pueden garantizar que el sexo, la raza, la religión o la tendencia sexual son irrelevantes para la aplicación de la ley, pero el dogma religioso indica lo contrario, siempre existen los otros, los extraños, los impíos a los que hay que excluir de la ley porque atentan contra el dogma.
Ejemplos actuales nos lo demuestran: el juez que denegó la custodia de un niño a una persona por su orientación sexual, camufló la base de su decisión (sus declaradas creencias religiosas) con llamadas al «sentido común» o a inexistentes estudios científicos.
Pero si como en este caso, un juez, un fiscal o inclusive un presidente de gobierno colocaran sus creencias por encima de la ley o incluso cambiaran la ley para ajustarla a sus creencias, se les acusaría desde los medios de «reaccionarios» o de»usar juicios de valor subjetivo y personal», pero no se llegaría nunca la raíz del problema, a saber, que habrían demostrado que sus creencias son incompatibles con sus cargos en una sociedad laica.
Parecería que ataco furibundamente la libertad religiosa, pero no. Porque no digo que «a priori» se impidiera el acceso a la función pública, no. Sólo digo que ante una demostrada incompatibilidad con su función, ésta, sea reconocida. Porque: ¿Y si en vez de hablar de religión estuviera hablando de cualquier determinada línea de pensamiento político? Si un juez, convencido comunista libertario, o positivista, o liberal, decidiera aplicar en sus sentencias algún sesgo que no estuviera expresamente indicado en la ley, pero que emanara de sus convencidas convicciones políticas, ¿habría algún reparo en atacarle en sus convicciones? ¿No se indicaría que la aplicación de sus convicciones políticas personales es incompatible con su cargo? No lo dudo ni por un momento. Pero la religión, ¡ay! la religión es otra cosa. El tabú persiste y la libertad religiosa no es una carretera de dos direcciones. La iglesia investiga la vida de sus profesores, ejerciendo una especie de «limpieza de sangre» y casi siempre se permite sin rechistar. ¿Podría un profesor, aunque fuera de ciencias, encontrar un trabajo en un colegio religioso concertado si fuera militantemente ateo? No. ¿Podría a día de hoy el presidente del gobierno declararse ateo y eliminar de su agenda todas las referencias religiosas? No.
Hay jueces que sí anteponen su fe antes que la Ley, y es una verguenza.
Las religiones son cadenas de las que lo mejor, es librarse de ellas.
Felicidades.