Dice el diccionario que el provincianismo es la estrechez de espíritu y apego excesivo a la mentalidad o costumbres particulares de una provincia o sociedad cualquiera, con exclusión de las demás.
La educación, la cultura, los viajes, las vivencias nos hacen evolucionar desde un estado localista y provinciano a otro cosmopolita y más universal. Pasamos de un estado mental donde «el chorizo de mi pueblo es el mejor del mundo (a pesar de ser el único que hemos probado)» a otro donde la realidad de la vida te enseña que hay muchos tipos de chorizo y que algunos te gustan más que otros. Simple aprendizaje.
La cultura nacionalista tiende a inhibir este proceso de aprendizaje. Postulaba no hace tanto que el nacionalismo conduce inevitablemente al racismo, pero además conduce al provincianismo más vergonzante. Ejemplos que me han ocurrido recientemente. Una persona en Madrid que se negaba a ir Barcelona de visita porque se había prometido no viajar a Cataluña hasta que «ellos» se portaran bien. Otra persona en un pueblo de la Costa Brava que afirmaba no haber ido nunca a Madrid, porque en Madrid no había nada interesante.
Distintas caras de la misma moneda. Cuanto más nacionalista es la cultura, más provinciana se vuelve.
Mi experiencia personal y la reflexión sobre estos asuntos me dicen que todo nacionalismo es el mismo nacionalismo.
Es sorprendente la semejanza hasta la fotocopia en los argumentos que manejan unos y otros.: no hay nada más parecido en modo de pensar y conducta a un nacionalista, que otro nacionalista seguidor de un nacionalismo rival del primero.
Es que el nacionalismo es como una gran boina que te la encasquetan hasta las orejas y hasta taparte los ojos para que no puedas ver nada más allá de tus narices.