«Me pone francamente enfermo y ya estoy cansado de los predicadores que abundan en este país diciéndome que como ciudadano, si quiero ser una persona moral, debo creer en A, B, C, y D. ¿Quién se han creído que son? ¿Y de dónde se sacan el derecho a dictarme sus creencias morales a mí?»
–Palabras del senador estadounidense Barry Goldwater, citado por Fernando Savater en su último libro, «La vida eterna».–
Dice Rouco Varela, ese predicador que tiene la virtud de producirme retortijones intestinales incontenibles cuando leo su mero nombre, que la asignatura de «Educación para la ciudadanía» es una asignatura impuesta que choca con el derecho de libertad religiosa. Añade que:
«Menos aún puede permitirse el Estado sub-introducir a través de los presupuestos antropológicos explícitos e implícitos de dicha asignatura una concepción del hombre, de la vida y del mundo que equivalga a una doctrina o ideología obligatoria que venga de hecho a competir con la formación religiosa elegida libremente o a suplantarla subrepticiamente.»
Siento repetirme, pero este venerable pollino confunde los conceptos. España es un estado aconfesional, que según el Tribunal Constitucional es sinónimo de laicidad, donde el estado permite la libertad religiosa, pero debe ser neutro y no fomentar ninguna religión. Por lo tanto el estado, en cuanto organizador de la enseñanza, no puede dar ninguna formación religiosa ya que es laico, y como estado democrático, lógicamente, debe enseñar valores cívicos y democráticos. Idealmente, una enseñanza que promueva el pensamiento crítico y la autonomía intelectual para sus ciudadanos.
Conceptos todos ellos que producen alergia entre los nostálgicos de la teocracia medieval, que le vamos a hacer. No es que enseñarlos choque contra la libertad religiosa, ni mucho menos, pero si son asimilados pone muy difícil la enseñanza de dogmas y normas de conducta anacrónicos.