Otro verano, y como en el día de la marmota, otra vez lo mismo. Repetimos.
Dice el diccionario de la Real Academia que el “decoro” es el honor, respeto, reverencia que se debe a una persona por su nacimiento o dignidad, siendo además sinónimo de circunspección, gravedad, pureza, honestidad, recato, honra, pundonor y estimación. Se usa comúnmente en la frase “guardar el decoro”, significando “comportarse con arreglo a la propia condición social”.
Suena a rancio el decoro. Como el “pudor”, huele mal el decoro. Hiede. Trae fragancias del pasado, a colegios de niños y colegios de niñas, a bragas hasta la cintura, a bañadores de cuerpo entero desde los dos años, a miradas furtivas, a deseos ocultos.
Decoro y respeto es lo que piden los iniciadores de la iniciativa «Playas Familiares«. Al parecer, que todas las playas de España sean de dominio público y que dentro de la legalidad cada cual pueda hacer en ellas lo que le dé la gana no basta, hay que reglamentar su uso, a saber, hay que achicharrarse según las normas del decoro y habilitar los huecos para “uso familiar” (vaya usted a saber a qué clase de ritos se refieren). Supongo que sólo quedará un diez por ciento para uso comercial (chiringuitos con música adecuada para oídos familiares, pero sin inmigrantes vendiendo bebidas que son desagradables) y religioso (una capillita por playa no estaría mal, ya puestos).
Invocan la “protección de la infancia” y piden un “ambiente apto para las familias”, nada de nudismo, nada de “destape”, todos bien vestiditos que hace mucho frío en la playa. Las “guiris” haciendo top-less y las competiciones de consumo de sangría ya pueden buscarse otros países, España vuelve a la ortodoxia.
… y los chicos de color que vendan estampillas de santos y frasquitos con agua bendita en vez de gafas de sol…
¡¡Pipas, patatas, cocacola, fanta, agua bendita, dedos momificados de santos, estampitas!!